Gustav Mahler (1860-1911) compuso nueve sinfonías y dejó inconclusa una décima. Son sinfonías formalmente complejas, de naturaleza programática y concebidas para grandes masas de ejecutantes. Su larga duración, se debe a que el número de movimientos es de 4 a 5 e incluso 6 (Tercera Sinfonía). Los efectos orquestales que van desde los más delicados hasta los más agitados y gigantescos, casi excesivos en la expresión, están presentes en todas ellas. Su instrumentación, sus detalladísimas indicaciones de fraseo, tiempo y dinámica y el empleo de instrumentos singulares, constituyen la esencia de su lenguaje musical. Mahler afirmaba que las sinfonías constituían un mundo espiritual propio que debían abarcar todos los aspectos de la experiencia humana.

Hacer cualquier selección entre el asombroso material sinfónico de Mahler no hará nunca justicia a las obras que queden relegadas. Pero de ninguna manera significa que desmerecen en calidad. En el caso del altísimo arte de, cuando menos, las nueve sinfonías completadas por Mahler podemos decir que estamos ante uno de los logros musicales más significativos de la historia.

Música en México presentará en las próximas semanas cinco de sus más valoradas sinfonías.
La Segunda Sinfonía de Mahler es una de las creaciones más impresionantes y originales de la música. Es una obra gigantesca de alcances, dada la batería instrumental y coral que emplea. Su organización es tan sólida que da la impresión de haberse destilado de la pluma de Mahler de un sólo impulso creativo. ¿Quién hubiera imaginado que fue de hecho el resultado de un esfuerzo largo y doloroso, que pasaron seis años desde los primeros bosquejos del primer movimiento hasta los toques finales del majestuoso Finale?

Durante dieciocho meses, Mahler fue Asistente de Director en la Ópera de Leipzig, periodo marcado por una intensa rivalidad con el ya famoso y establecido Arthur Nikish. A la edad de 27 años, Mahler tenía sólo una obra de trascendencia en su producción, la cantata Das Klagenge Lied de 1880. Desde entonces sacrificaba su impulso creativo para dar prioridad a su carrera como director, que consumía mucho de su tiempo. Cuando pudo trabajar de nuevo en su obra, a pesar de un tormentoso affair amoroso, “sus emociones eran tan poderosas que avanzaron como un torrente… en un momento todas las compuertas se abrieron.”