El Concierto para violín de Tchaikovski no fue tan popular en su estreno, puesto que recibió algunas críticas poco amables. El concierto fue estrenado por el violinista Adolph Brodski en Viena, el 4 de diciembre de 1881, con Hans Richter dirigiendo a la Filarmónica de Viena. Al día siguiente, en el periódico vienés Neue Freie Presse apareció la crítica del estreno, a cargo de la ácida pluma de Eduard Hanslick, el más conocido y más feroz de los críticos de Viena. Decía Hanslick:

De seguro, el compositor ruso Tchaikovski no es un talento ordinario, sino un talento inflado, con una obsesión de genio que no conoce el gusto ni la discriminación. Así mismo es su largo y pretensioso Concierto para violín. Por un rato, se mueve musicalmente, con sobriedad, y con cierto espíritu. Pero pronto la vulgaridad se hace presente y domina hasta el final del primer movimiento. El violín ya no es tocado: es jalado, roto, golpeado. El segundo movimiento de nuevo se porta bien, para pacificarnos y ganar nuestra buena voluntad. Pero pronto se termina para dar paso a un final que nos transporta a la brutal y confusa alegría de una fiesta rusa. Vemos claramente los rostros salvajemente vulgares, oímos maldiciones, olemos el vodka. Friedrich Vischer observó alguna vez, hablando de pinturas obscenas, que apestan a la vista. El Concierto para violín de Tchaikovski nos da por primera vez la horrorosa noción de que puede haber música que apesta al oído.

Es muy probable que esta crítica, como muchas otras dedicadas por Hanslick y sus colegas a la música rusa, haya estado influida más por prejuicios raciales y regionales que por el auténtico análisis musical. Como ejemplo de ello puede citarse otra crítica vienesa, aparecida en otro periódico, el mismo día que la de Hanslick. Esta observación se debe a Theodor Helm:

El Concierto para violín de Tchaikovski es una acumulación de discordancias, clímaxes confusos y trivialidades disfrazadas, cubiertas con la bandera nacional del más bárbaro nihilismo ruso.

Es evidente, por la coincidencia de conceptos que hay en estas dos críticas, que cualquier cosa que sonara a música rusa era abominable para los civilizados críticos vieneses, no por abominable, sino precisamente por rusa.

Tchaikovski compuso este concierto durante la primavera de 1878, durante su estancia en Suiza en compañía de Joseph Kotek, un notable violinista ruso que ayudó al compositor con la parte solista, haciendo indicaciones de técnica, arcadas y otros detalles. La obra, desde que fue terminada, corrió con mala suerte a manos de varios instrumentistas. Para empezar, Kotek rehusó estrenar el concierto, por lo que Tchaikovski dedicó la obra a Leopold Auer. A su vez, Auer declaró después de estudiar la partitura que el concierto era poco violinístico y que no se podía tocar. Acto seguido, Tchaikovski se aproximó al violinista francés Emil Sauret, quien también rechazó su Concierto para violín. Finalmente, Adolph Brodski se comprometió a estrenar la obra, pero lo hizo a regañadientes, haciéndole saber a Tchaikovski que él mismo no apreciaba mucho la obra. El paso del tiempo, como de costumbre, le dio la razón a Tchaikovski. El violinista Brodski se hizo famoso tocando esta obra y Leopold Auer decidió finalmente que el concierto sí se podía tocar; lo hizo en repetidas ocasiones, con gran éxito de público. Parece que sólo Eduard Hanslick se mantuvo firme hasta el final en su poco generosa crítica hacia éste, uno de los conciertos para violín de mayor fama y prestigio en la historia de la música.