El Concierto para violín y orquesta corresponde con una época especialmente brillante en la producción de Sibelius, pues dos años antes había visto la luz la la Sinfonía n.º 2, que a día de hoy es su sinfonía más conocida y con la que el concierto está bastante emparentado por su tonalidad, re mayor. Es además una obra en la que, como se ha mencionado, coincidieron los dos compositores del programa de hoy, pues, si bien la versión original de la obra fue dirigida por el propio compositor (sin obtener gran éxito), la versión revisada y definitiva fue estrenada en 1905 por la Filarmónica de Berlín dirigida por Richard Strauss. Desde entonces se ha convertido en uno de los conciertos para violín clásicos de todo el repertorio y una de esas composiciones que todo gran violinista afronta en algún momento de su carrera.

Los primeros compases son una delicia por su delicadeza: comienza con los violines con sordina, de entre los que surge el solista, que entona un largo sol, ajeno a la armonía de tónica (re menor) de sus colegas, como en una especie de canto furtivo. No será la única sorpresa, pues en la línea melódica Sibelius llegará a usar un llamativo tritono, o un brusco cambio de registro al grave en la segunda frase. Un pasaje virtuosístico, casi una pequeña cadencia, cerrará la exposición de este primer tema para conducirnos a la segunda sección (6/4), que tiene dos temas: el primero en si bemol mayor a cargo de la orquesta, antes de pasar a modo menor, donde el violín expondrá el tercero de los temas.

Un inverosímil intervalo ascendente de tres octavas preludia la cadencia.

Sibelius altera la arquitectura clásica de la forma sonata introduciendo la cadencia entre la exposición y el desarrollo. Esta cadencia está basada en el primer tema, y con ella se vuelve al re menor. El desarrollo es breve y destaca por la combinación de los tres temas. En la reexposición Sibelius nos conducirá al re mayor antes de la contundente y virtuosa coda final, Allegro molto vivace.

El Adagio di molto tiene forma de aria y está en si bemol mayor, aunque con destacadas incursiones al relativo menor (sol menor), especialmente en la orquesta, que le dan un carácter dramático. Destacan la expresividad que despliega el violín, la textura del pizzicato de violas y chelos, o el precioso efecto de las octavas paralelas en las escalas de las flautas.

El tercer tiempo, Finale (allegro ma non tanto) es una especie de rondó. En él Sibelius recurre al re mayor, lo que nos recuerda a la Sinfonía n.º 2. El tema se expone en el registro grave del violín, reforzado por el arco bajo (al que se recurrirá a menudo) sobre el ostinato de la cuerda y el timbal, de marcado carácter rítmico, y que será una constante en todo el movimiento. En el episodio posterior, que suena casi como una respuesta, se retorna eventualmente al re menor. En todo el movimiento el violín adquiere enorme protagonismo gracias a llamativos efectos, como el uso de los armónicos o triples cuerdas.


Fuente: César Rus para la Orquesta Sinfónica de Castilla y León