Alemania mira a su pasado para llevar a la pantalla la vida de Hildegard von Bingen, mujer del siglo XII que encontró entre los muros del convento la luz para avanzar en las ciencias religiosas y también en las humanas.

Guiada por sus visiones celestiales y por un sentido común inusual, se nos presenta como una defensora de los derechos y valía de la mujer, y también de la primacía del amor sobre otros intereses mundanos.

En su película, Margarethe von Trotta hace hincapié en el aspecto feminista sobre el religioso, resaltando la fuerte personalidad de la protagonista frente a las presiones recibidas por los distintos poderes, y recreando artísticamente un mundo que salía de los temores milenaristas entregándose a la oración y a la penitencia.

Luces y sombras de una mujer de carácter y de un entorno de privilegios, muy bien reflejado por la fotografía tenebrista y por un cuidado diseño de producción en lo que se refiere a vestuario, localizaciones y atrezzo.

Con un punto de frialdad y un exceso de solemnidad en algunos momentos —sobre todo por una música enfática— “Visión: La historia de Hildegard Von Bingen” se acerca a esta mujer culta y santa, y nos muestra su firmeza para llevar a cabo la misión divina de escribir sus visiones.

Un convencimiento que la llevó a enfrentarse a clérigos y costumbres de su época —con algunas reformas en la regla benedictina, como construir su propio convento y separarse de los monjes—, a entrevistarse con nobles y obispos, y llegar incluso hasta el mismo Papa o el emperador Barbarroja.

Una mujer capaz de los mayores sacrificios por amor a Dios y a los hombres, con una exquisita sensibilidad para la música o para la medicina natural… pero también con arranques de orgullo y un sentido posesivo con el que parece apropiarse de la joven Richardis, o una falta de tacto y prudencia para tratar a Jutta.

Su fuerte temperamento puede desconcertar al espectador, con reacciones sorprendentes en una narración seca y con algunos giros algo forzados… donde la espiritualidad queda reducida a consideraciones ascéticas, prácticas piadosas o audacias evangelizadoras, pero no a una interiorización sentida de la fe.

Asistimos al desarrollo de los acontecimientos desde una rigurosa reconstrucción histórica, pero a la cinta le falta un poco de alma y sentimiento humano, de intimismo espiritual y de matización de los caracteres.

Contestaciones destempladas y hostigamientos bruscos por parte del abad Kuno y de sus propias monjas, actitudes de la propia Hildegard en que «no la reconocemos» —le dice su confesor Volmar—.

Todo expuesto de manera muy explícita y contundente, rompiendo la armonía precedente entre ellos. Mejores son los silencios y los celos de Jutta, postergada una y otra vez, o el dilema de la doble obediencia que se plantea en el alma de Richardis, en ambos casos sentimientos cuasi-ocultos o reprimidos, pero verdaderos.

Barbara Sukowa trabaja bien como mujer fuerte y decidida, pero demasiado fría y distante del espectador, al contrario que la jovial y entusiasta Hannah Herzsprung… aunque el papel entrañe menos dificultades.

Si la ambientación histórico-artística es el elemento más logrado de la cinta, es justo mencionar la música como elemento decisivo para introducirnos en la época: por eso, la escena de representación ante la visita de la abadesa foránea encierra todo el arte exquisito y espiritual del entorno refinado, así como cierta comicidad en un momento de cambio.

Una cinta irregular en la caracterización de los personajes y poco conmovedora, pero artísticamente conseguida y que recoge una historia interesante, elementos suficientes para un espectador que quiera viajar a la Edad Media y dejar de considerarla como una época oscura.


Fuente: Julio Rodríguez Chico para labutaca.net