El Preludio inicia deletreando un pausado acorde de re menor ascendente, mismo que queda en suspensión al llegar a su quinta. Ello da pie a las elegantes corridas de semicorcheas que se detienen de forma intempestiva en notas largas. Tal estructura y sus variantes articulan las ideas del primer momento de la suite, procedimiento clásico de los preludios bachianos. En general la línea discurre con fluidez. La sensación de discurso que transcurre horizontalmente la segmentan contornos melódicos de dos compases que aparecen en secuencia aquí y allá, como si Bach quisiera tocar tierra con nuestra memoria y expectativa, típico de su estilo y genio. De pronto aparece el motivo principal ahora en un acorde de fa mayor. Construcciones similares a los primeros compases dejan fluir el material que ahora recorre recovecos armónicos más atrevidos, ello inevitablemente enfoca nuestro oído hacia la tensión armónica. Este desarrollo, más en espíritu que formal, nos conduce a un calderón que suspende de nuevo la vida del sonido. Se retoma después del silencio una larga sucesión de semicorcheas que finalmente conduce a una cadencia sorpresivamente extendida. El movimiento termina con cinco largos acordes de cuerdas dobles que enfatizan la inercia de final.

La Allemande, de estructura binaria, retoma el espíritu del preludio pero añade su cualidad de danza. El tema se impulsa desde la anacrusa al tiempo fuerte para remarcar los acordes principales en cuerdas dobles. La polifonía apenas asoma en los pasajes donde se completan frases o cuando aparecen unos breves trinos. De pronto una sorpresa: un tritono desnudo que abre paso a una ágil corrida de carácter improvisatorio, como si escucháramos algún fragmento de fantasía o toccata que se diluye en la estabilidad rítmica del término de la sección. La parte b presenta el tema en la dominante y se compone básicamente del mismo material. Es más breve y sintética, pero da la impresión que se forman arcos melódicos un tanto caprichosos, que ganan poco a poco inestabilidad en sus trayectorias, casi dando la sensación de azar. Desde luego la doble cadencia pone las cosas en orden y con eficacia regresamos a la estabilidad de la tónica.

La Courante rompe el carácter hasta ahora sereno de la suite con arrebatos de gran vitalidad. El movimiento es demandante para el intérprete porque además de la velocidad, requiere de gran energía. Llama la atención el movimiento del arco definido por la articulación que Bach solicita. En los pasajes de “bariolage” (alternancia entre notas estáticas con otras que cambian) hay que ir hacia la punta del arco sólo lo suficiente para poder regresar a tiempo a la vorágine de notas non legato que son mayoría. De nuevo, algunos acordes dan al intérprete cierto respiro, pero en general este resulta el movimiento más demandante de toda la obra.