Esta suite, una de la obras más importantes de la producción temprana de Debussy, fue compuesta en 1890. La palabra “Bergamasque” evoca una referencia antigua, un mundo de aventuras, y es posible contemplar ese mundo al conocer los diversos sentidos de la etimología –una de las danzas de las suites de Frescobaldi se llama “bergamasche”, los tapices antiguos llamados “bergame” provenientes de una cultura anterior a Roma, o bien la referencia obvia hacia la región de Bergamo, Italia. Precisamente se sabe que en Bergamo nació, dado el carácter festivo y humorístico de sus habitantes uno de los personajes más importantes de la comedia del arte italiana, Arlequín. Pero, el impulso inicial, la inspiración principal de la suite se encuentra en los versos vaporosos y fugitivos de Paul Verlaine, en Fêtes galantes y más específicamente en “Clair de Lune”:


“… que vont charmant masques et bergamasques Jouant du luth et danzante
et quasi Tristes sous leurs déguisements fantasques.”


El tributo de Debussy a la forma suite, una serie definida de danzas en boga durante los siglos XVII y XVIII, es casi tan explícito como el reconocimiento que Ravel hace de los clavecinistas franceses e italianos en su producción pianística. Por su armonía basada en los modos eclesiásticos, sus elegantes y refinadas melodías, su estilo y ornamentación, su pianismo, la influencia del chiaroscuro barroco, la precisión de sus contornos y la claridad de su forma, la Suite Bergamasque es una hermosa mezcla de innovación y tradición.

El Prélude contiene muchas de las características del estilo debussyano. En su tratamiento formal, el primer momento guarda un carácter introductorio, improvisatorio y brillante, dotado en sí mismo de una suerte de forma sonata. La armonía rica y quizá atrevida se mueve inadvertidamente para apoyar los arabescos libres en su desarrollo y los pasajes ricos en anticipaciones; a su vez, los retardos conducen hacia pasajes más robustos de hasta cinco voces simultáneas. Una textura tonal, llena de frescura por sus elementos melódicos, armónicos y rítmicos, soporta un estilo altamente individual.

Como sucede en las suites tradicionales, y en la música de Debussy, el título es más indicativo del espíritu contemplativo del Menuet que de un intento de expresar la composición de una danza. Incluso se ha sugerido que esta pieza es una especie de reflejo en el espejo –un minuet a la distancia. Es más bien la expresión de variados humores, estilizados en la imaginativa mente de Debussy. La síntesis enriquecida de muchos minuet. Este movimiento preserva de forma sutil el tradicional metro ternario con acento en el segundo tiempo, tales peculiaridades formales están escondidas delicadamente en un despliegue pianístico de acentos rítmicos, armónicos y de altura, como la supervivencia difusa de la tradición. Aquí la lógica de la música misma conduce la pieza más que cualquier idea de reglas preestablecidas, salvo el diseño típico de minuet-trio-minuet.

La popularidad extraordinaria del Clair de Lune no debe inducir al músico o melómano a minimizar su importancia. Lleno de sensaciones delicadas y románticas, la pieza expresa mediante su hermosa armonía la atmósfera plateada del claro de luna. La melodía central, elusiva de los tiempos fuertes, nos aleja de la realidad fáctica para contemplar un paisaje de luz opalescente que refiere al intenso romance debussyano con la naturaleza. Es una música que ensombra e ilumina con un tranquilo abandono. Las anticipaciones y retardos rítmicos crean suspenso, casi alcanzando el terreno de lo inexacto, una flotante nube que difumina los rayos lunares. Quizá esta cualidad hace que las buenas versiones de la obra sean menos frecuentes de lo que uno esperaría al ser una obra tan ejecutada.