Por Juan Arturo Brennan

En el año de 1996, como consecuencia de una afortunada serie de felices casualidades, tuve la oportunidad de hacer un viaje de dos semanas a Finlandia. Como me lo imaginaba de antemano, descubrí un país con una actividad musical rica y variada, y con una sólida conciencia de los cimientos de esa riqueza musical actual. Sin duda, el pilar más sólido de esos cimientos (aunque no necesariamente el más antiguo) es Jean Sibelius, considerado con justicia como el punto más alto de la tradición musical finlandesa. Admirador profundo de Sibelius y su música, durante ese viaje a Finlandia visité, como en una peregrinación sacra, algunos de los lugares más importantes relacionados con la vida del gran compositor. Para comenzar, visité Hämeenlinna, su lugar de nacimiento; y para terminar, fui a dar un paseo por Ainola, la residencia campestre (muy cercana a Helsinki, en la localidad de Järvenpää) en la que Sibelius pasó la última parte de su vida. Conservada como un museo en memoria de Sibelius, Ainola contiene numerosos recuerdos de su vida y su obra; quizá inesperadamente, pero con cierta razón, el objeto que más me impresionó entre todos los que se conservan en Ainola fue la chimenea que está en el centro de la sala, recubierta con mosaicos de cerámica de color verde. Parado frente a esa chimenea, ahora fría y apagada, me vino a la memoria un pasaje especialmente dramático del diario de Aino Järnefelt, la esposa de Sibelius. Un día aciago y triste para la historia de la música, Aino escribió en su diario: “Ayer lo arrojó todo a la chimenea.”

Con esa escueta pero terrible frase, Aino estaba dando noticia de que Jean Sibelius había arrojado al fuego el manuscrito de su Octava sinfonía. Este infeliz momento ocurrió poco después de que Sibelius concluyera la sinfonía en 1929; en los 28 años que le quedaron de vida, el compositor escribió sólo un puñado de obras menores e intrascendentes (con la excepción notable y única del espléndido poema sinfónico Tapiola) y, para efectos prácticos, guardó un largo y doloroso silencio de casi tres décadas de duración. Su inquebrantable espíritu autocrítico pudo más que su alma de compositor. Así, la penúltima obra realmente significativa de su producción es la Séptima sinfonía, que data de 1924, y que, en ausencia de la Octava y de las hipotéticas sinfonías que Sibelius pudo haber escrito después, queda como la culminación de un catálogo sinfónico realmente notable. En mayo de 1918, el compositor había escrito una carta en la que afirmaba que estaba trabajando simultáneamente en tres sinfonías. Además de describir en términos generales las características de las sinfonías, decía Sibelius en esa carta:

“Parece que voy a realizar las tres sinfonías al mismo tiempo. Con respecto a las Sinfonías VI y VII, mis planes pueden cambiar de acuerdo al desarrollo de las ideas musicales. Como siempre, soy esclavo de mis temas y debo someterme a sus demandas.”

No se sabe con certeza hasta dónde siguió Sibelius con los planes trazados en esa carta; finalmente, la Sinfonía No. 6 apareció en 1923 y la Sinfonía No. 7 en 1924, y ambas resultaron ser bastante diferentes a la descripción que de ellas había hecho el compositor en la carta de 1918.