La producción sinfónica de Dimitri Shostakovich se erige como uno de los pilares de la historia musical del siglo XX. Entre sus 15 incursiones en el género muchos consideran la Décima la más completa y la más exitosa de todas las sinfonías de su catálogo. En ella, Shostakovich desnuda su alma y como siempre muestra las debilidades y las reservas de fuerza y de grandeza que siempre le caracterizan. Es una recapitulación de la segunda Guerra Mundial y del período de la guerra fría (a cuyos comienzos se estrenó), pero va mucho más allá. La Décima Sinfonía es todo un misterio: estrenada por la Filarmónica de Leningrado bajo la dirección de Yevgeny Mravinsky el 17 de diciembre de 1953, tras la muerte de Stalin en marzo de ese mismo año, no está claro si es una celebración encubierta de este hecho o una simple composición más dentro del catálogo.

Si nos atenemos a las cartas del compositor, su composición comenzó en julio y terminó en octubre de 1953, pero la pianista Tatiana Nikolayeva sostuvo que la obra ya estaba completa en 1951, incluso existen algunos borradores con materiales utilizados en ella que datan de 1946. Este baile de fechas deja clara una cosa: 1953 fue un año en el que vieron la luz varios de los trabajos salidos del cajón del escritorio de Shostakovich. La Décima resultó ser uno de sus trabajos más populares, junto con la Quinta. El aspecto más reconocible de ella será una de sus famosas paradojas semánticas, tomada de la segunda canción de su ciclo de cuatro basado en los monólogos de Pushkin, y titulado ¿Cuál es mi nombre? En ella, Shostakovich presenta la representación musical de su nombre, las letras DSCH. En la notación musical alemana, la serie D- Es- C- H representa los sonidos Re- Mi bemol- Do- Si. Un motivo que ha quedado como firma del compositor para toda la historia de la música.

I. Moderato

En contenido y estructura, la Décima sinfonía es quizás el más claro ejemplo de la ingenio de Shostakovich. Por un lado, encontramos alusiones a la tradición sinfónica, y por otro, crípticas referencias al tiempo y lugar que le tocó vivir. El movimiento de apertura es un brillante ejemplo de cómo hacer mucho partiendo de poco. Shostakovich trabaja con tres temas aparentemente faltos de fuerza e ingenuos. Sin embargo, el compositor construye con ellos una atmósfera oscura, densa, que va acumulando tensión hasta llegar a la exaltación en su sección central, para volver a la quietud inicial, aunque nunca se alcanza la tranquilidad.