De todos los instrumentos, ¿existe alguno que pueda asociarse más estrechamente a Mozart que el clarinete? Su sola evocación ¿no trae inmediatamente a nuestro recuerdo tal frase del Trío, del Quinteto o del Concierto, las tres obras maestras que Mozart consagró al clarinete? Y, no obstante, este instrumento, el último en incorporarse a la orquesta clásica, no era aún muy corriente en la época. Si Mozart no fue el primero en utilizarlo ni en confiarle un papel de solista —los músicos de Mannheim, y especialmente su jefe de filas Jan Vaclav Stamitz le habían precedido en esta vía—, sí fue quien le dio sus auténticas cartas de nobleza, insuperadas hasta hoy.

El clarinete adquiere en su caso, por otra parte, una significación extramusical muy particular. Desde la afiliación del compositor a la francmasonería (finales de 1784), el clarinete se convirtió en el instrumento por excelencia de la fraternidad masónica, ocupando un lugar preeminente en todas las obras que compuso con destino a las ceremonias de la Logia. Desbordando incluso este marco, él dio su sentido esotérico e iniciado a todas las obras instrumentales en las que participó, solista o no. Su papel en Cosi fan tutte, pero, sobre todo, en La flauta mágica y en el Requiem, no hace falta subrayarlo desde este punto de vista. Las particularidades de su factura vendrán incluso en apoyo de este papel simbólico: se sabe que la cifra tres posee una significación masónica esencial, por lo que las tonalidades de mi bemol (tres bemoles en la clave) y de la mayor (tres sostenidos) convienen especialmente al clarinete. Y son tres estas obras maestras de Mozart.

Y hay que considerar, finalmente, a Anton Stadler (1753-1812), hermano en masonería y amigo íntimo de Mozart, el más grande clarinetista de su tiempo. Con destino a él compuso Mozart el Trío, el Quinteto y el Concierto. Semejante encuentro artístico se renovaría exactamente un siglo más tarde, cuando Johannes Brahms compuso sus últimas obras para el clarinetista de la Orquesta de Meiningen, Richard von Mühlfeld.

Los lazos puramente humanos desempeñaron decididamente un papel capital en la eclosión de las obras para clarinete de Mozart: la familia Jacquin está en el origen de esta página maravillosa que es el Trío en mi bemol mayor, K. 498 (1786) y de su fascinante distribución instrumental: piano, clarinete y viola. Obra de inspiración totalmente masónica (dedicatarios, intérpretes, tonalidad, instrumentación), ella canta, como justamente han expresado Jean y Brigitte Massin, «la ternura de la amistad fraterna en el seno de un grupo humano».