El ciclo de seis piezas op. 118 –recogidas bajo el formato de cuatro intermezzi una balada y una romanza (la única en la literatura brahmsiana)– fueron finalizados y refinados en el verano de 1893 en Isch, localidad junto a Viena que durante varios años fue elegida por Brahms como sitio de retiro. Todos los biógrafos han querido evocar la silueta de Brahms en este periodo: un hombre maduro, feliz de estar en la ciudad que amaba, alejado de toda “turbulencia” e inmerso en la soledad y la meditación; un hombre que sabía encontrar las condiciones adecuadas para expresar de modo auténtico sus últimas confidencias. Confidencias para nada monótonas: emociones, pasiones, esperanzas, todo sigue siendo utilizado. En el op. 118 hay fragmentos enrarecidos y exuberantes, sombríos y resplandecientes, plantean con extrema fidelidad el equilibrio de un genio que saluda a la vida. Todo el ciclo sigue la forma tripartita típica del lied, con dos partes simétricas que enmarcan un episodio central de contraste.

El Intermezzo no. 1 es una pieza decididamente apasionada, marcada por un carácter lleno de vitalidad a pesar de su forma sucinta. La apertura se muestra exuberante y audaz frente a un recorrido tonal complejo y alcanza un final de toques desolados y nebulosos, emblemáticos de la “stimmung” del último Brahms. Poesía elevada, ternura, melancolía y lirismo son las características del Intermezzo no. 2. La famosa berceuse es una de las páginas más bellas de todo el repertorio brahmsiano; emocionante el perfil acunador de su tema, inigualable la prolongación de sus melodías, la pieza enmarca secciones mayor-menor-mayor, cada una con perfiles de altísima sensibilidad que las hace memorables. La Balada no. 3 es una de las pocas piezas que de tono heroico entre las últimas obras de Brahms. La pieza debe su popularidad a su energía fuera de lo común y a su intrépido esquema tonal. El tema es desbocado, fogoso en su irregular gesto ascendente y descendente. En el centro de la balada se anida un rêverie, bajo una hipnótica cantinela entretejida de terceras y sextas, en un tono no relativo, sino medio tono mayor más arriba (si bemol), contraste armónico de extremado refinamiento. El Intermezzo no. 4 emprende otra aventura apasionada. Se trata de una pieza inquieta, fragmentaria, cerebral, enigmática, que adopta los ropajes de un diseño de tresillos repetidos con obsesiva determinación. La sección central parece absorta, hechizada, metafísica. La Romanza no. 5 es una pieza única en el repertorio pianístico de Brahms, uno de los últimos momentos de serenidad “pastoral” y de calma. Surge después un inesperado allegretto grazioso, una diminuta chacona que parece inspirada en Bach; transparencia, inspiración, delicadeza.