Tchaikovsky escribió un único concierto para violín (como él mismo dijera: “uno es más que suficiente”). Siempre mantuvo una relación incómoda con el violín, hecho que los académicos atribuyen a una pesadilla de la infancia en donde se encontraba restregado violentamente y sin descanso contra un enorme bloque de resina. Aunque había empleado violines con magníficos resultados en la Sinfonía no. 2 y en Romeo y Julieta, Tchaikovsky nunca confió en ellos, una neurosis que se intensificaba cuando las interpretaciones de sus obras no estaban al nivel que demandaba.

La ansiedad del compositor se manifiesta en el turbulento Allegro Moderato –uno de los movimientos arquetípicos del canon romántico. El violín toca casi continuamente durante el movimiento, introduciendo el tema y ejecutando una feroz cadenza, mientras que muchos de los otros instrumentos, incluidas las trompetas y el segundo fagot se deleitan durante los 47 compases de silencio del violín. No es claro si esta disposición fue hecha para provocar al solista, pero muchos directores animan a los violinistas a relajarse, comerse un sándwich o algo para aumentar el efecto.

El ardiente Andante ha sido interpretado por muchos como la confesión angustiosa de amor homosexual de Tchaikovsky hacia su sobrino Vladimir Davydov y como una metáfora de la Resurrección de Cristo. Como siempre, la verdad pudiera estar en algún punto medio.

La quieta meditación da lugar a la pirotecnia exuberante del Finale, en donde el compositor ni evita ni se olvida del tema del primer movimiento. Por el contrario, el violín lanza una melodía galopante que capta a todos por sorpresa excepto quizá a los bajos. Sigue un allegro brillante y robusto, lleno de vaivenes dinámicos y cambios de tono dramáticos.

Tchaikovsky pasó extraordinarias dificultades para que el concierto saliese a la luz. La obra fue dedicada al gran violinista Leopold Auer, pero Auer consideró que era intocable. Esto pospuso indefinidamente el estreno, “viniendo de una autoridad como esa, su rechazo tuvo el efecto de maldecir el producto de mi imaginación para dejarlo en un desesperanzado olvido. Dos años pasaron, hasta que Tchaikovsky se enteró por su editor que Adolf Brodsky, joven violinista, había estudiado la pieza y persuadido a Hans Richter y la Filarmónica de Viena de tocarlo en concierto.