El Concierto para violonchelo op.129 de Robert Schumann es una de las obras maestras escritas hacia el final de su carrera durante ese breve interludio de reposo y felicidad que le brindó su residencia en la ciudad de Düsseldorf. Los diez años anteriores a la composición del mismo fueron, en cambio, enormemente agitados y en ellos comenzaron a evidenciarse los síntomas del deterioro mental que, finalmente, llevaría al artista a la locura y después a la muerte.

El primero movimiento, Nicht zu schnell (Non troppo veloce) puede equipararse a la concepción concertante de los escritos por Chopin, en los que el instrumento solista desarrolla sus partes, actuando la orquesta en calidad de acompañante. De hecho, el concierto para piano escrito por Clara Schumann sigue este mismo patrón. Una de las razones de esta decisión fue, muy probablemente, el temor de que la sonoridad grave del violonchelo pudiera verse devorada literalmente por el tejido orquestal, por lo que Schumann preservó a las intervenciones solistas de esta confrontación. Por otro lado, concibió el concierto entero en un solo movimiento, dividido, eso sí, en tres partes muy diferenciadas, que se ejecutan sin interrupción para remarcar esa unidad (algo que sucede con el segundo concierto para piano de Liszt). Otro aspecto que llama la atención es el escrupuloso respeto a la forma que guarda aquí el autor, que algunos han tildado incluso de académica, y el relativo apaciguamiento del romántico desgarrado de la década anterior, que aquí se muestra más moderado y conciso.

Tras los tres acordes iniciales, a través de los cuales el compositor establece la tonalidad de la menor, entra el desbordante tema principal del violonchelo solista, al que sucede un ‘tutti’ orquestal, después del cual el violonchelo introduce un segundo tema, en la tonalidad de Do mayor. Cuando la orquesta procede a desarrollar este segundo tema, en una atmósfera de angustia puramente romántica, el solista repite la idea principal del primer tema, sin llegar a desarrollarla.

En este momento es cuando debería de tener lugar la ‘cadenza’ tras la formulación de los temas siguiendo la forma sonata, pero Schumann prescinde de ella, y de la coda que hubiera seguido a ésta, finalizando el movimiento con un pasaje introspectivo y de gran serenidad, que enlaza directamente con el adagio.