En 1897, la Primera sinfonía de Rachmaninov fue estrenada en San Petersburgo en un concierto dirigido por Alexander Glazunov. Glazunov era un buen compositor y una persona bastante decente, sin embargo parece que era terrible dirigiendo, y esa ocasión fue un verdadero desastre. No era la primera vez en la historia de la música que la crítica y el público eran incapaces de distinguir entre una mala interpretación de una mala obra.

Rachmaninov sabía qué tan buena y original era su sinfonía. No empero, siempre cerca de la depresión, pronto se encontró incapaz de enfrentar la página en blanco. Cuanto más se silenciaba su voz creativa peor se sentía y cuanto peor se sentía la idea no componer le resultaba impensable.

En el encabezado de la primera página de su Segundo concierto está una simple dedicatoria, "À Monsieur N. Dahl." El Dr. Nicolai Dahl era un internista que estudiaba hipnosis, así como un excelente violinista, chelista y fundador de su propio cuarteto de cuerdas. Rachmaninov le comenzó a visitar diariamente en enero de 1900. La intención era mejorar el sueño y el apetito del compositor, pero el propósito mayor era ayudarle a componer un concierto para piano. El tratamiento, una mezcla de sugestión por hipnosis y conversación culta, rindió frutos. Para abril, Rachmaninov se sintió lo suficientemente bien para viajar a Crimea y luego a Italia. Cuando regresó a casa, traía bajo el brazo bosquejos de un nuevo concierto. Dos movimientos, el segundo y el tercero, fueron terminados ese verano y tocados en diciembre. Luego del concierto, Rachmaninov añadió el primer movimiento. Cinco días antes del estreno sufrió un momento de pánico, en el que estaba convencido que había producido una pieza totalmente incompetente, pero el tempestuoso éxito del que disfrutó en la premiere parece que lo convenció de lo contrario.

Una cualidad especialmente aparente del Segundo concierto es una sensación de que todo evoluciona sin esfuerzo, y esto era algo nuevo en la música de Rachmaninov. Comienza magníficamente con algo tan familiar que damos por hecho, una serie de acordes del piano en crescendo, todos basados en fa, cada uno reforzado por el fa más grave en el teclado y, dada la acumulación de la tensión armónica y fuerza dinámica, constituye una poderosa plataforma que antecede al acorde de tónica, en do menor. Ahí, las cuerdas con clarinete inician una melodía llana pero intensamente expresiva, que es acompañada por el piano con sonoros arpegios.