Antonieta Rivas Mercado entró con la pistola de José Vasconcelos a la Catedral de Notre-Dame a principios de 1931 y se disparó en el corazón frente al altar de Cristo crucificado. Hablaba cinco idiomas, financió la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, le gustaba pintar, fundó el Teatro Ulises, apoyó al grupo de dramaturgos “Los Contemporáneos”, quería ser poeta e impulsó el feminismo en México. Era delgada y tierna, de reacciones viscerales y mirada coqueta; estaba convencida de que para amar estaba viva y un día le propuso a Vasconcelos, su amante más querido: deja a tu esposa y fúgate conmigo, pero él dijo no y ella se aniquiló como los antiguos dioses griegos de la edad lírica: aún joven, hermosa todavía.

La ópera en acto único Antonieta, un ángel caído de Federico Ibarra explora la trágica historia de esta mujer fascinante. Al principio de la obra, Antonieta (mezzo-soprano) delira y en un monólogo (musicalmente resuelto bajo la forma de recitativo-cavatina) evoca frenéticamente todas las causas por las que no puede seguir viviendo y luego se dispara.

Después, ante su cadáver, el tiempo regresa al instante anterior a la detonación y las escenas del delirio se reproducen ralentizadas dentro de la cabeza de Antonieta, en un viaje que la lleva desde la infancia por todas sus alegrías y fantasmas hasta, otra vez, el suicidio.

El libreto, escrito por la dramaturgo Verónica Musalem, está basado en las cartas y diarios de Antonieta; su principal característica es que para explicar el suicidio divide a la protagonista en tres alegorías: la Antonieta política (barítono), la Antonieta artista (tenor) y la Antonieta amante (soprano).

“A lo largo de la ópera los diálogos que Antonieta establece con sus alegorías resultan vitales; en esas conversaciones salen a la luz las causas que la van orillando al suicidio, como la muerte de su padre (el arquitecto Antonio Rivas Mercado), su matrimonio fallido (con un inglés, Albert Edward Blair, que peleó para Madero) y que la separaran de su hijo (Donald Antonio)”, indica Federico.

Cada personaje tiene una clave musical que lo identifica dentro de la orquesta, temas que los siguen en todas sus participaciones; la Política es marcial y burda, el Arte tortuosa y exagerada, y el Amor débil y plañidero; el coro representa la voz del pueblo y excepto en la primera y última escena, donde cantan liturgias latinas, sus participaciones son alegres y festivas.