Ronald Zolmann dirigió el estreno mundial de Clepsidra de Mario Lavista, con la OFUNAM en noviembre de 1993, dos años después de haber sido terminada y Clepsidra se convirtió en una obra casi tan emblemática como su mágica Reflejos de la noche. Su característico desarrollo reposado, pero siempre poseedor de un a peculiar tensión interna, también está presente en esta obra, ahora con más intensión que en otras de sus obras, la tensión que precede a la revelación, a la luz, a lo que viene después del tiempo, el que transcurre instante tras instante, gota a gota.

Y es que “clepsidra” hace referencia a ese antiguo reloj de agua que medía el paso del tiempo, según lo que tardara en pasar el agua de un recipiente a otro recipiente sobre el que descansaba el de arriba. También es similar al procedimiento del peculiar “reloj de arena”.

En cualquier caso lo maravilloso es cómo podemos sentir el estático gotear del tiempo; cómo podemos “verlo” fluir sin clemencia. El nombre del reloj no era nada gratuito y tiene una gran semejanza con sus vocablos originales, en griego y latín; clesydra y klepsydra, respectivamente:

clepto (robar) e hydro (agua), el recipiente de abajo se “roba” el agua (o la arena) del de arriba; el tiempo que pasa nos va robando la vida.

Como era inevitable, por su habitual profundidad estética y humanística, MARIO LAVISTA tenía que ser provocado por la imagen y la idea de la clepsidra para hacer su propia e introspectiva descripción del paso del tiempo en la música...y en la vida.
Ese es el sentido de esta bella obra del gran compositor mexicano, y si logramos escucharla con absoluta concentración y meditando sobre su sentido musical, estamos seguros de que se logrará su propósito.
Fuente: José Luis Pérez Santoja para OFUNAM