En la generación de arte actual todo vale. Bajo el cobijo de la pluralidad de las subjetividades creativas, cualquier tipo de manifestación del yo artista tiene cabida. Es genuino el esfuerzo artístico que se decanta por la búsqueda encarnada en la abstracción más cegadora, aquella que encuentra en la originalidad a su valor primario; como bien pueden serlo los productos de arte cuyo móvil expresivo nace en impulsos derivados de la experiencia propia o la de otros. Desde luego son muy válidas las obras que obtienen del folclore sus esencias constructivas y también emotivas, su aire. De igual forma, los resultados del arte sonoro o de la música electroacústica –posibilitados por las herramientas digitales de hoy– son altamente valorados, en especial por el público joven, ya que ahí encuentran una suerte de empatía generacional. Estos pocos ejemplos del muy diverso panorama del arte y, en particular, de la generación de música actual llevan a preguntarnos por el caso mexicano.

Si, como dice el conocido dicho, tenemos los políticos que nos merecemos, ¿sería sensato decir que nuestro arte es reflejo de la mucha o poca opacidad que prevalece en lo social? La intuición de quien escribe indica que sí, que tenemos el arte (y la ciencia) que como sociedad nos podemos procurar. Si bien arte y ciencia parecen estar rezagados en la realidad del ciudadano promedio, habrá que considerar la posibilidad, e incluso la obligación, de que un sector de la sociedad mexicana –aquel más cercano a las manifestaciones estético-musicales–exija más de sus creadores.

El caso del Danzón no.2 de Márquez, a 20 años de su composición, es un ejemplo interesante. La obra ha sido ampliamente divulgada desde su estreno en 1994 y ha traspasado fronteras para ubicarse como un clásico del repertorio orquestal latinoamericano. En el Danzón no.2, Márquez clava la mirada en un elemento vivo de la cultura urbana de México, ofrece sensuales y sugerentes hallazgos tímbricos y tiende un puente de entendimiento con el público, con los músicos, con los directores, como no se había dado en toda la música mexicana desde los años cuarenta.(1) De acuerdo con el crítico Juan Arturo Brennan esta notable pieza sinfónica, que sintetiza con eficacia y elegancia lo mejor de dos mundos sonoros - el de la tradición popular y el de la creación académica - de inmediato se convirtió en la segunda obra de música mexicana de concierto más famosa y ubicua, sólo por detrás del Huapango de José Pablo Moncayo, y por encima de otros clásicos como la Sinfonía india de Carlos Chávez, los Sones de mariachi de Blas Galindo y el Sensemayá de Silvestre Revueltas.(2)

El Danzón No.2 funciona para lo que fue escrito. La vena folclórica es inconfundible, bien seleccionada y utilizada con un magnífico criterio. Quizá la mayor virtud de Márquez en su opus magno es la correcta orquestación: sugerente, brillante y efectivísima; todos lo bailamos: quien dirige, quien ejecuta, y la audiencia desde sus asientos. La orquestación es correcta en el sentido más tradicional y conservatoriano del término, en el sentido de Rimsky Korsakov, Piston y Adler. El enamoramiento del público y los músicos es bien merecido, pero sólo sucede con total magnitud en quienes se adhieren a la idea de una composición carente de propuesta. Si Brennan refiere como antecedente de este Márquez al celebérrimo Huapango es porque cuarenta años después un compositor mexicano se vuelve a apropiar de una forma del folclore musical mexicano, para llevarlo al ámbito orquestal con enorme tino. Ejercicio, sin duda, de absoluta validez. Sin embargo, a pesar de lo respetable que resulta un esfuerzo como el de Márquez, y si dejamos de lado por un momento su abrumadora popularidad, habrá que reconocer que como obra en el contexto del progreso de la creación musical mexicana, el Danzón No.2 aporta muy poco. La especial coyuntura en la composición de esta obra a la que aduce el propio Márquez, el surgimiento del movimiento zapatista en Chiapas, parece nunca alcanzar la superficie musical de la obra. Sea una motivación confinada a las profundidades de su proceso creativo o un impulso tan concreto que es incapaz de irrumpir en alguna versión sonora en la imaginación del compositor, es poco entendible por qué una pieza como el Danzón no.2 algunos la consideran una segunda venida del Huapango.

El gran encanto de la obra en el público asiduo a las salas de concierto es un fenómeno que tiene una explicación clara. Lo que debemos cuestionar es si nuestro confort como audiencia ha sido responsable silencioso de rezagos y hasta parálisis en la generación genuina de conocimiento musical.


Mauricio García de la Torre


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1 Tello, Aurelio. La música en México. Panorama del siglo XX.
2 En Conoce a tu compositor. Aturo Márquez. (Visitar referencia)