La Sinfonia da Requiem tuvo una génesis inusual, incluso para Benjamin Britten. Fue comisionada por el gobierno japonés, que requería de una obra que celebrase el aniversario 2,600 de la fundación del Imperio. Britten escribió la pieza luego de un intenso episodio de influenza, que lo confinó a la cama por seis semanas en Chicago, en Febrero de 1940.

Cuando Britten consideró la idea de una pieza orquestal con texto en latín parece que nadie registró lo inapropiado de la elección, siendo que era para el Emperador japonés. Incluso más inapropiado era el plan de Britten de usar la comisión para combinar sus ideas sobre la guerra como un homenaje para sus padres. “Sonaba como lo que ellos querían”, asumió. Quizá, como detalló Neil Powell en su autobiografía del compositor, Britten sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Michael Oliver escribió sobre la ironía que representaba que el país de Britten estuviese en guerra con el aliado principal de los japoneses, Alemania, y sobre los títulos de los tres movimientos de la pieza, dijo que eran tan inadecuados para una sinfonía de duelo como para una obra sobre los horrores de la guerra.

La aceptación de la obra fue mixta. Sir John Barbirolli la dirigió en su estreno en Nueva York el 29 de Marzo de 1941. Jack Westrup, crítico anti-Britten escribió: “Britten ha publicado obra tras obra mostrando una seguridad técnica absoluta; y si no se buscara nada más que seguridad técnica, habría sólo halagos para su música.” Lo que le molestaba a este crítico era la sensación de que la técnica se había vuelto el fin en sí mismo.

¿Qué habrían pensado los padres de Britten de este homenaje? La Sinfonia da Requiem es uno de las piezas más desgarradoras del catálogo del compositor, con apenas un filo de luz visible en el ultimo movimiento. No empero, el poder de la pieza es tal que este momento deja un mensaje de esperanza para llevarse a casa.