Arcangelo Corelli, discreto y revolucionario

Por Francesco Milella En las últimas semanas hemos viajado mucho, quizás demasiado: siguiendo la historia del violín, salimos de España para aterrizar en Nápoles y […]

Por Francesco Milella Última Modificación junio 6, 2016

Por Francesco Milella

En las últimas semanas hemos viajado mucho, quizás demasiado: siguiendo la historia del violín, salimos de España para aterrizar en Nápoles y de ahí subir lentamente hacía el norte de Italia, entre Milán y Venecia, con una pausa especial en Ferrara. Y justo en esta región hoy nos vamos a detener, porque aquí, entre los apeninos que rodean Bolonia y los aquitrinos de la boca del río Po, nació  en 1653 un compositor muy especial, un compositor que fue capaz de transformar el violín en el verdadero protagonista de la música barroca italiana y europea. Este compositor se llamaba Arcangelo Corelli.

Arcangelo Corelli nació en Fusignano, un pequeño pueblo cerca del mar Adriático que en esos años pertenecía al estado de la Iglesia aunque económica y culturalmente dependía tanto de Ferrara como de Bolonia. Entre estas dos ciudades el joven Corelli fue acercándose a la música con impresionante rapidez: 1670 entra en la Academia Filarmónica de Bolonia, misma que un siglo después recibirá el joven Mozart como alumno del famoso Padre Martini. Pero Arcangelo y su violín necesitaban un ambiente aún más vivo y dinámico: por esta razón en 1671 decide mudarse a Roma, para trabajar al servicio de las familias Pamphili y Ottoboni como compositor y encargado de las actividades musicales, puesto que compartirá con el joven Handel. Sin embargo, después de un fabuloso ascenso inicial, Corelli lentamente acabará por ocupar una posición, año tras año, más aislada y lateral en un mundo musical demasiado veloz y deseoso de novedades: pasará sus últimos años en soledad en las afueras de Roma, hasta su muerte en 1713.

Sesenta años de vida y un catálogo de obras que podrían contarse con los dedos de una mano, o casi:  surge espontánea una pregunta ¿cómo pudo Corelli ser tan determinante en la historia de la música con tan solo cuatro ciclos de sonatas para cuerdas, un ciclo de sonatas para violín y bajo y uno de concerti grossi? Escuchemos una obra, una sola y busquemos en ella la respuesta: les propongo el concerto grosso n. 4 op. 6 en re mayor.

Concerto grosso era una forma de concierto ampliamente usada en el Barroco italiano en donde el material musical se estructuraba en un diálogo entre concertino (solistas: dos violines y chelo) y ripieno (todos los otros instrumentos, es decir, violines I y II, violas, chelo y contrabajo más, obviamente, el clavecín). Corelli fue el primer compositor en usar este nombre para dicha forma musical cuando en 1709 compuso doce concerti grossi, publicados en 1714 en Amsterdam, lugar de donde comenzaron a viajar por toda Europa, junto a las sonatas op. 5 publicadas  en 1713.

El concierto n. 4 comienza de manera sencilla y firme, como si Corelli, consciente de estar realizando algo totalmente nuevo, necesitara estabilidad y seguridad: cinco notas tocadas al unísono por toda la orquesta, que marcan la tonalidad de base de re mayor. Sobre este terreno estable e inamovible, Corelli empieza a jugar con la música. Empieza el concertino con una serie de semicorcheas ágiles y brillantes que deshacen completamente la solidez inicial. Pero falta el ripieno: su respuesta es idéntica, mismas notas, mismo ritmo, misma armonía. Ahora sí, el diálogo puede comenzar: un diálogo ágil, radiante, luminoso y libre. Por un lado tenemos el concertino (los dos violines y el chelo) que danza con impresionante energía, sobre todo en la cuarta cuerda, la más aguda; por el otro el ripieno, que, al contrario, se mueve en un registro más bajo (cuerdas de re y la) apoyando e imitando las encantadoras frases de los solistas con delicadeza y solidez. De la misma manera continua el diálogo en el adagio, lento y bucólico, y en el vivace siguiente, efímero y expedito que nos transporta a la verdadera joya de este concierto, el allegro final, donde concertino y ripieno celebran su unión ofreciéndonos un momento de indescribible elegancia. Pero ¿cuál es la novedad? Es el violín, silencioso y discreto protagonista de este diálogo:  tanto en el concertino como en el ripieno el violín se impone con un nuevo lenguaje. Un lenguaje elegante, brillante y elástico que finalmente logra sobresaltar sus cualidades y aprovecharlas de la mejor manera. Un lenguaje al cual todos, a partir de este momento, tendrán que mirar al escribir música para violín, este pequeño, delicado instrumento que, sin darse cuenta, está por transformarse en el rey de una época.

https://www.youtube.com/watch?v=3smZkpqXYHs

Francesco Milella
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