El barroco alemán: en vísperas del clasicismo

Por Francesco Milella No es fácil, al terminar un ciclo sobre un momento de la historia de la música, evitar las trampas de las categorías […]

Barroco alemán
Por Francesco Milella Última Modificación julio 6, 2017

Por Francesco Milella

No es fácil, al terminar un ciclo sobre un momento de la historia de la música, evitar las trampas de las categorías temporales. Justo cuando tratamos de reanudar los hilos de nuestra narración acabamos inevitablemente enredados en esa inmensa serie de hechos, fechas, compositores y obras que marcan el cambio a la siguiente época. Lo vivimos con el barroco italiano al hablar de Galuppi y Tartini en los mismos años en que Mozart y Haydn trazaban el camino del clasicismo vienés. Y lo vivimos también con el último barroco francés representado por las nobles figuras de Rameau y Mondonville en vísperas de la Revolución Francesa. Ahora, llegando al final del barroco alemán, la historia parece repertise.

La historia nos dice que entre 1750 y 1770 la música alemana se transformó drásticamente. Veamos rápidamente algunas fechas. En 1750 muere Johann Sebastian Bach entrando silenciosamente en la historia: sus últimas obras habían entregado un lenguaje tan metafísico que las nuevas generaciones – hijas de la Ilustración – no lograron entender e interiorizar. Pocos años después, en 1759, muere otro gran compositor, Georg Friderich Handel, paradigma del barroco europeo, al cual dedicaremos en breve tiempo un largo ciclo. Su música será para Mozart y Beethoven una guía insustituible en sus intensos viajes por el mundo del contrapunto y de la armonía. En 1767 nos deja Telemann, mucho más elástico y flexible que sus colegas en adaptarse a las nuevas modas de la música europea. En los mismos años, nuevos genios comienzan a surgir: justo entre 1750 y 1770 despega la trayectoria de Franz Joseph Haydn (nacido en 1732), universalmente reconocido como el “padre de la sinfonía”. Y, en fin, aunque parezca descontado decirlo, en 1756 y en 1770 nacen Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven, respectivamente.

Dos caminos aparentemente diferentes, dos líneas paralelas que parecen no encontrarse nunca: por un lado los últimos barrocos, por el otro los primeros clásicos. Entonces ¿cómo cambió la historia tan drásticamente? ¿Quién marcó la unión entre estas dos épocas? Ya Telemann en la música instrumental y Hasse en la ópera habían dado inicio a un lento y gradual cambio. Pero su mirada era demasiado barroca, demasiado vinculada a los esquemas de su época para poder llegar al otro lado, para poder abrir las puertas de un nuevo capítulo.

Era necesario tener una nueva mirada, hija del barroco pero educada con las ideas de la Ilustración.  Esta descripción ideal nos lleva inevitablemente a enfrentarnos con cuatro figuras tan fascinantes como diferentes entre ellas: por un lado Christoph Willibald Gluck (1714 – 1787) reformador del teatro in musica y padre espiritual de la ópera alemana y, por el otro, los tres hermanos Bach, hijos de Johann Sebastian: Wilhelm Friedemann (1710 – 1774), Carl Philipp Emanuel (1714 – 1788) y Johann Christian (1732 – 1782), cuatro fenomenales renovadores de la música instrumental.

Cada uno de ellos, en formas, espacios y tiempos diferentes (Gluck viajó por toda Europa, los hermanos Bach se educaron en el calor de su casa bajo la severa mirada del padre), fue marcando su propia ruta en el lento camino de la música alemana, llevando a cabo un proceso de simplificación y racionalización de los esquemas barrocos. Tanto Gluck con la ópera, como los Bach en la música instrumental, transformaron las herramientas barrocas, filtrándolas a través de las nuevas categorías de la Ilustración: la razón y la naturaleza. Gluck abandonó el virtuosismo del bel canto italiano para difundir una vocalidad más real, más cercana a la verdadera dimensión humana. Carl Philipp Emanuel y, sobre todo, Johann Christian fueron lentamente renunciando tanto al severo contrapunto del padre como a las extravagancias del barroco italo – francés, poniendo las bases de la misma racionalidad melódica y armónica que encontraremos en Mozart. Pero con ellos el barroco alemán no muere. Al contrario, el legado de todos sus protagonistas, desde Schütz hasta Telemann, vive una prodigiosa metamorfosis al sedimentarse entre los tantos pilares que sostienen la historia de la música.  

  1. P. E. Bach: Sinfonía en Sol major

 

  1. C. Bach: Concierto para oboe

 

  1. W. Gluck: Orphée et Eurydice

Francesco Milella
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