Concierto para violoncello y orquesta op.129 de Robert Schumann

El Concierto para violonchelo op.129 de Robert Schumann es una de las obras maestras escritas que le brindó su residencia en la ciudad de Düsseldorf.

Por Música en México Última Modificación junio 6, 2022

István Várdai Cello | Orquesta Sinfónica de la Radio Húngara – Zsolt Hamar, director

El Concierto para violonchelo op.129 de Robert Schumann es una de las obras maestras escritas hacia el final de su carrera durante ese breve interludio de reposo y felicidad que le brindó su residencia en la ciudad de Düsseldorf. Los diez años anteriores a la composición del mismo fueron, en cambio, enormemente agitados y en ellos comenzaron a evidenciarse los síntomas del deterioro mental que, finalmente, llevaría al artista a la locura y después a la muerte.

El primero movimiento, Nicht zu schnell (Non troppo veloce) puede equipararse a la concepción concertante de los escritos por Chopin, en los que el instrumento solista desarrolla sus partes, actuando la orquesta en calidad de acompañante. De hecho, el concierto para piano escrito por Clara Schumann sigue este mismo patrón. Una de las razones de esta decisión fue, muy probablemente, el temor de que la sonoridad grave del violonchelo pudiera verse devorada literalmente por el tejido orquestal, por lo que Schumann preservó a las intervenciones solistas de esta confrontación. Por otro lado, concibió el concierto entero en un solo movimiento, dividido, eso sí, en tres partes muy diferenciadas, que se ejecutan sin interrupción para remarcar esa unidad (algo que sucede con el segundo concierto para piano de Liszt). Otro aspecto que llama la atención es el escrupuloso respeto a la forma que guarda aquí el autor, que algunos han tildado incluso de académica, y el relativo apaciguamiento del romántico desgarrado de la década anterior, que aquí se muestra más moderado y conciso.

Tras los tres acordes iniciales, a través de los cuales el compositor establece la tonalidad de la menor, entra el desbordante tema principal del violonchelo solista, al que sucede un ‘tutti’ orquestal, después del cual el violonchelo introduce un segundo tema, en la tonalidad de Do mayor.

Cuando la orquesta procede a desarrollar este segundo tema, en una atmósfera de angustia puramente romántica, el solista repite la idea principal del primer tema, sin llegar a desarrollarla.

En este momento es cuando debería de tener lugar la ‘cadenza’ tras la formulación de los temas siguiendo la forma sonata, pero Schumann prescinde de ella, y de la coda que hubiera seguido a ésta, finalizando el movimiento con un pasaje introspectivo y de gran serenidad, que enlaza directamente con el adagio.

El segundo movimiento, Langsam (Adagio), cuya forma puede recordar a la de un lied, comienza con un pizzicato de la cuerda y entra el solista con un tema de gran intensidad, a la vez que sereno, que se va repitiendo a lo largo de una serie de variaciones. El oyente atento podrá distinguir en una de estas variaciones un recitativo tras el cual la cuerda alude al tema que abría el primer movimiento del concierto. La concentrada atmósfera de contemplación se ve interrumpida por el solista, que en un breve y enérgico pasaje parece querer desprenderse de la tristeza que lo embarga, incitando a la orquesta a rebelarse con él. Este movimiento, que suele rondar en torno a los cuatro minutos de duración, enlaza con el tercero y último con una decisión y una fuerza tales que muchos han visto aquí el influjo de Beethoven en este momento.

En Sehr lebhaft (Molto vivace), Schumann adopta nuevamente la forma sonata para este movimiento, cuya construcción se atiene a dicha estructura tan fielmente que diríase que en algún momento el compositor ha puesto cortapisas a su propia creatividad, lo que podría haber conferido cierta rigidez al resultado final, de no ser por la profunda inspiración que denotan los temas. El primer tema, muy impetuoso, se repite tras el segundo, pero exactamente igual que al principio del movimiento, sin ninguna variación. Sin embargo, durante su desarrollo se ve bruscamente interrumpido por la “cadenza” del solista, un pasaje muy brillante en el que grandes intérpretes como Pau Casals o Mstislav Rostropovich han dado siempre lo mejor de sí mismos. Tras este despliegue de las posibilidades del instrumento, la orquesta reaparece con una coda que pone punto final al concierto.

Fuente: Martín Llade para Melómano


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