Concierto para piano no. 3 op. 30 de Sergei Rachmaninov

Khatia Buniatishvili, piano Orquesta del Festival de Verbier. Neeme Järvi, director Dondequiera que se haga referencia al tercero de los conciertos para piano de Sergei […]

Por Música en México Última Modificación julio 9, 2016

Khatia Buniatishvili, piano

Orquesta del Festival de Verbier. Neeme Järvi, director

Dondequiera que se haga referencia al tercero de los conciertos para piano de Sergei Rachmaninov, se sentirá una brisa fresca, nueva y agradable. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el segundo de sus conciertos, a base de insistencia, repetición incesante y versiones mediocres, se ha convertido en uno de los mayores lugares comunes en la historia de la música concertante. Es verdad, el Segundo concierto para piano de Rachmaninov tiene algunos pasajes interesantes, pero también tiene otros demasiado almibarados para ser tolerados con la frecuencia con la que directores y pianistas lo recetan al público. Así pues, bienvenida la oportunidad de hablar del Tercer concierto de Rachmaninov, que es mucho menos conocido que el segundo. ¿Quién mejor para hablar de esta obra sino el propio compositor? Rachmaninov cuenta lo siguiente, refiriéndose al ensayo previo a la segunda ejecución de su Tercer concierto para piano, en la que él mismo habría de ser el solista. El director sería, ni más ni menos, Gustav Mahler (1860-1911):

“En ese tiempo yo consideraba a Mahler como el único director de la misma categoría de Arthur Nikisch. Conmovió mi corazón de compositor de inmediato, dedicándose por entero a mi concierto hasta que el acompañamiento, que es bastante complicado, había sido ensayado a la perfección, aunque ya había hecho antes otro largo ensayo. Según Mahler, cada detalle de la partitura era importante, actitud que por desgracia es poco común entre los directores. El ensayo comenzó a las diez y yo debía llegar a las once. Llegué a tiempo, pero no empezamos sino hasta las doce, cuando sólo quedaba media hora, durante la que hice mi mejor esfuerzo por tocar una composición que suele durar treinta y seis minutos. Tocamos y tocamos… La media hora ya había pasado pero Mahler no se fijó en ello. Aún recuerdo un incidente que es característico de él. Mahler era muy estricto y disciplinario, cualidades que considero esenciales para un buen director. Llegamos a un difícil pasaje de violín en el tercer movimiento, que requiere de algunas arcadas poco comunes. De pronto Mahler, que había dirigido este pasaje a tempo, golpeó en el atril y dijo: “¡Alto! No se fijen en las arcadas marcadas en el papel. Toquen este pasaje así.” Y procedió a indicar una arcada diferente. Después de que hizo que los primeros violines tocaran el pasaje solos tres veces, el violinista que se sentaba junto al concertino bajó su violín y dijo: “No puedo tocar este pasaje con esta clase de arcada.” Mahler le preguntó entonces qué clase de arcada quería usar, a lo que el violinista contestó que prefería la que estaba marcada en la parte. Entonces Mahler dio orden de tocar el pasaje como estaba escrito. Este incidente era un claro desaire al director, pero Mahler lo tomó con toda dignidad.”

Lo que sigue de esta anécdota, según Rachmaninov, es que durante el resto del ensayo, cada vez que Mahler daba alguna indicación, preguntaba socarronamente al violinista si no tenía objeción. Y como discreta medida disciplinaria, Mahler alargó el ensayo mucho más allá de lo que estaba originalmente previsto. Es claro que todo esto dejó una profunda impresión en Rachmaninov. Allá por el año de 1899 Rachmaninov se había presentado en Londres en su triple función de pianista, compositor y director de orquesta. Años después, gracias en parte a la gran popularidad de su Segundo concierto para piano y de su muy famoso Preludio en do sostenido menor del Opus 3, fue invitado a los Estados Unidos para una gira en la que, de nuevo, realizó las tres actividades por las que se le conocía. Esto ocurrió en el año de 1909, y con esta gira en mente, Rachmaninov se dio a la tarea de escribir el Tercer concierto para piano. La obra está diseñada a la manera tradicional, con dos movimientos rápidos que enmarcan a uno lento. La particularidad de esta distribución es que el segundo movimiento se funde con el tercero sin interrupción.

El estreno del Tercer concierto para piano de Rachmaninov se llevó a cabo en Nueva York, el 28 de noviembre de 1909, con la Sociedad Sinfónica de Nueva York dirigida por Walter Damrosch y el compositor al piano. Dos meses después tendría lugar la memorable ejecución de la obra a cargo de Rachmaninov y Mahler. Durante esta gira por los Estados Unidos, Rachmaninov se presentó también en Boston, con tal éxito que le fue ofrecido el puesto de director de la Sinfónica de Boston, en sustitución de Max Fiedler; sin embargo, el alma de Rachmaninov estaba firmemente anclada en Moscú y el compositor rechazó la oferta. Regresó a la capital rusa, donde vivió desde 1910 hasta el surgimiento de la Revolución Rusa en 1917. Un año después volvió a los Estados Unidos para establecer allí su residencia permanente, hasta su muerte ocurrida en Beverly Hills, el 28 de marzo de 1943. Después del Tercer concierto para piano, Rachmaninov habría de componer todavía otras dos obras para piano y orquesta: su Cuarto concierto, en 1927, y la Rapsodia sobre un tema de Paganini, en 1934. Por cierto, los buenos cinéfilos recordarán que el Tercer concierto de Rachmaninov juega un papel protagónico en la atractiva película australiana Shine (Scott Hicks, 1996) en la que el estupendo actor Geoffrey Rush interpreta al atormentado pianista David Helfgott, quien alcanzó cierto prestigio interpretando precisamente esta compleja obra pianística.
Fuente: Juan Arturo Brennan para la Orquesta Sinfónica de Minería

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