EL BARBERO MEXICANO: EL SIGLO XX

Por Francesco Milella A principios del siglo XX los teatros mexicanos parecían totalmente invadidos por las óperas de Wagner, de Verdi y de los veristas […]

Por Francesco Milella Última Modificación marzo 6, 2016

Por Francesco Milella
A principios del siglo XX los teatros mexicanos parecían totalmente invadidos por las óperas de Wagner, de Verdi y de los veristas italianos. No había lugar para ninguna otra ópera que no fuera Aida, Ballo in Maschera o Cavalleria Rusticana. El Barbero de Sevilla había dejado de cautivar la atención del público mexicano. Los gustos estaban cambiando: en el marco de la revolución operística del siglo XIX, Verdi (el de las últimas óperas), Wagner y el verismo italiano, habían difundido, tanto en Europa como en México, una vocalidad más poderosa, heróica, enérgica y titánica que nada tenía que ver con la delicadeza y la amabilidad del bel canto rossiniano. Para romper este silencio “rossiniano” eran necesarios nuevos cantantes capaces (e interesados) de interpretar los papeles rossinianos con inteligencia teatral y sensibilidad musical. Era necesaria Luisa Tetrazzini.
Su llegada a México en 1903 fue para el público y la prensa mexicana de esos años el evento del siglo ya que se trataba de la Diva más admirada y cotizada a nivel mundial. El amplio repertorio que la soprano florentina había preparado para el público de México incluía, además de Lucia di Lammermoor, Traviata, e I Puritani, también El Barbero de Sevilla, ópera que presentó en el Teatro Arbeu el 29 de octubre de 1903 con un triunfo sin precedentes. La experiencia de Luisa Tetrazzini, afortunadamente, dió inicio en México a una fase de extraordinaria calidad musical: todas las grandes voces del momento, después de la temporada de ópera en el Colón de Buenos Aires durante los meses de verano, se trasladaban a México en otoño antes de volver a sus teatros europeos y norteamericanos para las temporadas de invierno.
Así volvió a México El Barbero de Sevilla, con las estupendas voces de Maria Barrientos, Ofelia Nieto, Titta Ruffo, Virginio Lazzari, Alessandro Bonci, Tito Schipa, Adamo Didur y Fanny Anitúa, maravillosos testigos de un pasado glorioso. Entre 1910 y 1940 se vivió un momento mágico que permitió que El Barbero de Sevilla volviera lentamente a ocupar un merecido espacio en las escenas mexicanas junto a todas las grandes óperas del repertorio italiano.
Al terminar la II Guerra Mundial, que obviamente había limitado profundamente la comunicación y el transporte entre Europa y América, los cantantes comenzaron a viajar de nuevo entre ambos lados del Océano Atlántico. El primero en llegar a México fue el gran tenor italiano Giuseppe Di Stefano. Después de su primera temporada en 1948, Di Stefano vuelve el verano siguiente como Conte d’Almaviva, junto a Giulietta Simionato como Rosina, en El Barbero de Sevilla: dos cantantes que alcanzarán el mayor éxito acompañando triunfalmente la experiencia mexicana de María Callas. Pero la importancia y el valor de las voces de Di Stefano y de la Simionato va más alla de su fama y de sus triunfos: con ellos inicia la historia de la interpretación moderna de Rossini. ¿Qué significa?
Con Luisa Tetrazzini y las grandes voces de principios del siglo, México escucha un Barbero muy diferente, el mismo Barbero que se escucha en Milán, Nápoles, Vienna y Nueva York: un Barbero que, sin ningún tipo de escrúpulo, los cantantes modificaban según su gusto y sus necesidades, quitando y añadiendo partes, transportándolas a un registro más agudo o más bajo, en fin, sin ninguna atención a la partitura original, a la voluntad del Maestro Rossini. Claro, Rossini nunca impuso su voluntad y sabía perfectamente que sus óperas serían alteradas y modificadas por los diferentes cantantes (él mismo, por ejemplo, cambió la línea vocal de Rosina en los años cuarenta para Henriette Sontag, transformándola de mezzosoprano en soprano).
En los años cincuenta comienza, muy lentamente, a despertar en los cantantes, y en general en los músicos, una mayor atención a lo que debía de ser el Barbero original, su verdadera orquestación, el orden correcto de las escenas, la partitura exacta de la línea vocal e instrumental. En fin, toda una serie de problemas que la primera edición crítica del 1968 de Alberto Zedda resolvió de manera sorprendente, dando a la luz un Barbero totalmente nuevo, con nuevos colores y nueva energía. Y será ese Barbero que, gracias a las grandes voces – ahora sí – totalmente mexicanas (Francisco Araiza, Cristina Ortega, Salvador Palafox), el público de nuestro país conocerá y apreciará hasta el día de hoy.
Se cierra así, como en un círculo, la historia del Barbero de Sevilla en México que comenzó gloriosamente con Manuel García (primer Conte d’Almaviva de la historia), y a lo largo de dos siglos atravesó la historia de México, entre silencios y grandes triunfos, para terminar con un regreso al original, al “verdadero Barbero”. Doscientos años durante los cuales el público méxicano tuvo el privilegio de escuchar a las más grandes voces de la historia de la ópera pero, sobre todo, tuvo el honor de dejarse seducir por la belleza inmortal del Barbero. Una belleza que ningún cambio, ninguna “traición filológica”, ninguna libertad interpretativa (y vaya que fueron muchas y a menudo excesivas) logró alterar o disminuir.

1949 – Giuseppe di Stefano

(Se il mio nome saper voi bramate)

1959 – Oralia Dominguez

(Una voce poco fa)

1986 – Francisco Araiza

(Cessa di più resistere)

Francesco Milella
Escrito por:

Comentarios

Escucha en directo
Música en México +
mostrar radio