El barbero mexicano: Manuel García y los primeros años

por Francesco Milella El 20 de febrero, para los que aman la ópera, no es un día cualquiera: hace 200 años, precisamente el 20 de […]

Por Francesco Milella Última Modificación febrero 19, 2016

por Francesco Milella

El 20 de febrero, para los que aman la ópera, no es un día cualquiera: hace 200 años, precisamente el 20 de febrero de 1816, en el Teatro Argentina de Roma se estrenaba una de las maravillas musicales de nuestra cultura: El barbero de Sevilla. Dejando a un lado alabanzas y elogios para una ópera que realmente no los necesita, aquí en Música en México pensamos ofrecerles una mirada distinta y original sobre El barbero para celebrar los dos siglos de una ópera que, a pesar de su edad, sigue siendo siempre joven y nunca ha perdido su energía.

Comenzamos hoy un ciclo sobre la historia de El barbero en México, una historia que nos ayudará a descubrir no solamente los secretos y las maravillas de la vida musical de nuestros país desde los años de su independencia hasta el nuevo milenio, sino que también nos invita a ver juntos cómo México y su sociedad se acercaron y vivieron la fuerza y la deslumbrante energía musical de esta obra maestra rossiniana dando vida a una relación intensa y duradera.

El barbero de Sevilla llegó a México en un momento  realmente difícil, cuando en 1816 el virrey Félix María Calleja del Rey, vencedor de las tropas insurgentes, había dejado su encargo político y militar, con lo cual había comenzado para la vida teatral y musical mexicana una fase de tremenda inestabilidad. Los artistas, viéndose totalmente desamparados sin la protección de las autoridades españolas, comenzaron a formar diferentes cooperativas teatrales para representar sus obras dentro de una total inestabilidad económica que las llevó pronto al fracaso. Cinco años después, en 1821 la ópera mexicana volvió a reanimarse cuando se presentó, en el Teatro Principal, el melodrama México Libre en honor del onomástico del general Iturbide.

Dos años después, el 10 de septiembre de 1823, El barbero tocó tierras mexicana gracias a Victorio Rocamora y a Luciano Cortés (primer interprete del protagonista Fígaro) quienes pueden ser considerados los primeros empresarios teatrales de México. Sin embargo, fueron Andrés del Castillo y Andrés Pautret quienes, gracias al apoyo oficial del nuevo gobierno mexicano, lograron finalmente, con su compañía, dar un impulso fundamental a la ópera de México. Las óperas de Rossini invadieron el Teatro de los Gallos (ya que el Principal permanecía cerrado). Entre ellas obviamente dominaba El barbero de Sevilla. La gran labor de Andrés del Castillo y Andrés Pautret generó un clima musical suficientemente vivo para finalmente poder recibir, en enero de 1827, una de las grandes voces de toda la historia y, sobre todo, primer interprete en absoluto del papel de Fígaro en El barbero de Sevilla: Manuel García (1775-1832).

Para el gobierno mexicano acoger a Manuel García con su esposa, sus hijos Manuel y Pauline (quien la historia conocerá con el apellido Viardot) no solamente significaba dar prestigio a la joven nación frente a las otras naciones occidentales. Las autoridades veían en Manuel García, invitado por el Coronel Luis Castrejón, la persona adecuada, en calidad de cantante, compositor y empresario, para dar un nuevo impulso la vida cultural de México. Pero había un pequeño problema: su nacionalidad. La joven sociedad mexicana, luchando para formar su propia identidad, veía con mala cara a los ciudadanos de origen española ya que representaban un pasado del cual había que liberarse. A su nacionalidad se añadió la voluntad de cantar todas las óperas de Rossini que iban a presentar en México en su idioma original, el italiano, sin que el público las pudiera entender. Para el público mexicano era demasiado: el 29 de junio de 1827 la primera función de El barbero de Sevilla fue abucheada por un teatro medio vacío.

Finalmente, García, después de varias presiones de las autoridades y de la opinión pública, accedió a traducir los textos al español con lo cual logró, por fin,  triunfar en tierras mexicanas comenzando con El barbero y siguiendo con Semiramide, Otello y Tancredi. Después de un inicio tan turbulento, El barbero de Sevilla ya nunca se alejaría de México. Inicia así esta historia, no en la mejor manera, pero si con una intensidad y una pasión que nunca abandonarán al público mexicano, por el contrario, como veremos, crecerá a lo largo del siglo XIX.

Francesco Milella
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