El Cuarto de Beethoven

Claudio Arrau, piano Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, dirige Leonard Bernstein El Concierto para piano y orquesta No. 4 en sol menor, Op. 58 […]

Por Música en México Última Modificación abril 17, 2023

Claudio Arrau, piano
Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, dirige Leonard Bernstein

El Concierto para piano y orquesta No. 4 en sol menor, Op. 58 de Beethoven es quizá uno de los momentos más geniales en todo el catálogo concertante de la historia de la música occidental. Igualmente, si se considera a una decena de los más importantes pianistas mundiales de todos los tiempos y pudiéramos preguntarles cuáles son sus Conciertos para piano predilectos probablemente todos confirmen que el Cuarto de Beethoven estaría en la lista y en un lugar privilegiado (y sí: muchos lo prefieren por encima del Concierto emperador).

¿Qué es lo que lo hace tan especial? Empecemos por decir que aquí estamos frente a un Beethoven sereno, que plasma el más grande lirismo en estos sonidos como pocas veces en su vida. Es una música delineada con la más grande pureza de intimidad emocional. Es profundo e intenso; con belleza mozartiana de principio a fin y con una expresión cercana a la música de Johann Sebastian Bach (1650-1750).

La concepción del Cuarto concierto para piano de Beethoven es muy similar a aquella de su Concierto No. 3 en cuanto a las fechas poco precisas de su composición; aunque existen algunos bosquejos de la partitura, no hubo versión definitiva sino hasta 1805 ó 1806 y fue editada en agosto de 1808.

Como también ocurrió con su Tercer concierto, esta obra fue estrenada con el propio autor en la parte solista en un concierto benéfico ofrecido en marzo de 1807 en el palacio del príncipe Josef Franz Maximilian Lobkowitz (1772-1816), uno de los más fieles protectores y amigos de Beethoven, y la partitura está dedicada a uno de los mecenas aristócratas del músico, el archiduque Rodolfo de Austria (1788-1831) hermano menor del Emperador. Su primera presentación pública ocurrió el 22 de diciembre de 1808 en el Theater an der Wien, en la hoy histórica velada beethoveniana en la que también se escucharon los estrenos de su Quinta sinfonía, la Sinfonía pastoral, fragmentos de la Misa en do menor, Ah, pérfido! para soprano y orquesta y la Fantasía coral con el propio Beethoven al piano. Esa fue la última vez que Beethoven se presentó como pianista en su vida, pues la sordera que ya lo aquejaba lo orilló a abandonar su actividad de concertista.

El concepto que Beethoven nos presenta en este Cuarto concierto ya no habita en el clasicismo; transgrede cualquier estética que en el siglo XIX fue sabiamente retomada por Robert Schumann (1810-1856), Edvard Grieg (1843-1907) y –por supuesto- Franz Liszt (1811-1886) quien amaba profundamente este Concierto. La más importante innovación de esta música se refiere a la interacción entre solista y orquesta, situándolos en contextos equivalentes. El pianismo beethoveniano ya no está asociado aquí con la pujanza, dinámicas violentas o pirotecnia, sino que se convierte en un lenguaje elegante, casi sinfónico.

Su primer movimiento abre directamente con el piano, que expone una delicada y firme melodía, derivación del célebre motivo inicial de su Quinta sinfonía (que pareció ser su obsesión durante algún tiempo); pronto es respondida por las cuerdas y a medida en que va creciendo en intensidad, logra integrar los elementos temáticos de una forma genial, en un ambiente poético y con cierta carga dramática.

En el Andante con moto siguiente, encontramos uno de los elementos más interesantes de todo el Concierto y que descansa principalmente en el contraste temático entre el grupo orquestal y el piano. Comienza con una férrea enunciación por parte de las cuerdas (definida por muchos entendidos como “la pregunta”) y reiterada por el solista pero en una forma discreta, hasta temerosa (“la respuesta”); hacia el final de la sección los papeles cambian y la intensidad de las cuerdas se modifica y acompaña discretamente al piano mientras éste retoma la fuerza afirmativa del inicio con extrema poesía. La expresividad de este trozo fue comparada por Adolf Bernhard Marx (1795-1866) con la Escena del infierno de la ópera Orfeo y Eurídice de Christoph Willibald Gluck (1714-1787), lo que convierte a este movimiento en “inflexiblemente teatral”, en palabras de Charles Rosen (1927-2012).

Parecería válido, de igual forma, equiparar este movimiento con las últimas palabras del poema The Collar de George Herbert (1593-1633):

Pero a medida que deliraba y se volvía más feroz y salvaje
En cada palabra,
¡Me pareció oír un llamado, hijo!
Y yo respondí Mi Señor.

Sin interrupción llega el movimiento final en forma de rondó, en el que Beethoven nuevamente despliega un alegre y cristalino discurso en el solista y concluye con un episodio de gran vigor. Solo Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) estuvo por encima de Beethoven en la transformación de patrones básicos, o técnica clásica, en música pura y sin complicaciones. Quizá hasta el final del Segundo concierto para piano (1882) de Johannes Brahms (1833-1897) es que podemos escuchar una conclusión con tan robusto lirismo, gracia y energía, venida directamente del Olimpo.

Cuánta razón había en la pluma de Beethoven cuando plasmó en uno de los manuscritos de sus tres Cuartetos para cuerda Op. 59 –los llamados Razumovsky-, concebidos en el mismo período que el Cuarto concierto: “No es para vosotros, es para los tiempos futuros”. Ello también es incuestionable en el Concierto para piano No. 4.

José María Álvarez para Red Mayor

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