Giulio Cesare de Handel

Por Francesco Milella La pasión y el entusiasmo que las óperas de Handel despertaron a partir de 1711 en el público británico, comenzaron a llamar […]

Por Francesco Milella Última Modificación marzo 3, 2018

Por Francesco Milella

La pasión y el entusiasmo que las óperas de Handel despertaron a partir de 1711 en el público británico, comenzaron a llamar la atención de muchos músicos: ignorada por años, la vida musical de Londres estaba cobrando nueva vida y atraía nuevos compositores e intérpretes deseosos de retar este nuevo escenario. Entre ellos no podemos olvidar castratos como Il Senesino, voz memorable capaz de cautivar todos los teatros de la ciudad con la belleza de su canto, o compositores como Giovanni Bononcini, cuya maestría como operista se transformó rápidamente en una amenaza real para Handel. En pocos años, a partir de 1720 en adelante, Londres se había transformado en una verdadera capital de la música: para sobrevivir y ganar era necesario luchar y dar lo mejor. Handel tenía que reaccionar. Londres ya no era la ciudad provinciana que lo había recibido en 1711: para poder mantener su estatus de primer compositor de Inglaterra tenía que enfrentar nuevos retos y luchar contra nuevos enemigos. En fin, tenía que dar lo mejor de sí.

Y así fue. En 1723 Bononcini lo había retado hábilmente presentando en pocos meses dos óperas: Farnace y Calfurnia. El éxito fue total para ambas. La respuesta de Handel, por lo visto molesto por tanto triunfo en el que hasta ese entonces había sido su territorio, fue clara y definitiva al presentar, el 20 de febrero del año siguiente, en el King’s Theatre de Londres, una nueva ópera: Giulio Cesare. La gloria que esta ópera logró alcanzar en pocos días fue tan grande que Bononcini se vio obligado a ceder la victoria a Handel y a abandonar una vez por todas la ciudad de Londres. Handel, el rey de la ópera, había vuelto a mostrar sus garras.

Sin retórica, podemos decir que Giulio Cesare es una de las mejores óperas de Handel. Teniendo clara desde el principio la importancia de este reto musical, Handel dedicó más tiempo de lo normal a la composición de dicha ópera: casi seis meses, inusual para cualquier compositor de la época, y aún más para un genio con la facilidad melódica de Handel. El resultado fue sensacional y lo sigue siendo hoy en día por la inmediatez de sus melodías, por la energía y la delicadeza de sus escenas, pero sobre todo por la capacidad del mismo compositor de transformar la música en el pilar de la escena: la música, tanto instrumental como vocal, escarba en las palabras del libreto y moldea en profundidad el significado de la escena. Vaya revolución…

La historia, enredada como la de cualquier ópera de la época, nos entrega la violenta relación entre Julio César y Tolomeo durante la guerra civil romana (45-42 a.C). Entre guerras y amores, pasiones y delitos el hábil libreto de Francesco Haym se cierra con el triunfo del general romano y el restablecimiento de la paz en Egipto, lugar en donde se desarrolla la aventura, y en Roma. Frente a este libreto, lleno de estereotipos y banalidades barrocas, Handel es capaz de encontrar una nueva dimensión psicológica yendo más allá de los rígidos esquemas de su época. Podríamos analizar las arias de Giulio Cesare, nobles y arístocráticas (“Va tacito e nascosto” es un ejemplo exquisito), o las escenas de Tolomeo, enérgicas y furiosas (“L’empio, sleale, indegno”, lo dice todo), pero es el personaje de Cleopatra en donde Handel muestra toda su maestría, el personaje con quien el genio alemán gana su lucha en contra de todos aquellos que estaban amenazando su superioridad.

Cleopatra es la reina de Egipto. Al principio de la ópera ella, hábil y descarada política, ve en Giulio Cesare el aliado ideal para tomar el poder en contra de Tolomeo y comienza a seducirlo. Escena tras escena, su amor falso y manipulador se transforma en amor verdadero hacia el general romano. “Se pietá di me non senti”: si de mí no sientes piedad. Cleopatra, para enamorar a Giulio Cesare, usa todas sus armas. Piedad, compasión, habilidad sentimental, ternura y chantaje: la música de Handel lo dice todo desde la fúnebre introducción orquestal.

Con el aria “V’adoro pupille” (Pupilas, las adoro…) Cleopatra abandona una vez por todas sus armas diplomáticas y declara todo su más eterno amor a Giulio Cesare de una forma íntima, humilde, casi resignada y melancólica: ya nos es la reina astuta y hábil que canta, sino una mujer, noble y sensible, dominada por un amor total. Ya basta de juegos y engaños: Cleopatra se entrega con toda su sinceridad. Handel dibuja un personaje definitivo, cuya intimidad parece anticipar las grandes protagonistas de la ópera del siglo XIX:

Lo que sorprende escuchando estas arias es la maestría, la absoluta espontaneidad con la que Handel transforma cualquier escena, banal y descontada, tanto en la lengua como en su teatralidad, en algo memorable. Con pocos elementos, dos líneas melódicas y un par de instrumentos que acompañan la voz, Handel nos envuelve en breves momentos teatrales, sueños, instantes en donde el ser humano de desviste de su complejidad y se muestra en su sencillez más conmovedora.

Francesco Milella
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