Inventio y fortuitas: la Fantasía BWV 906 de Bach

Acercarse sin precaución al último Bach puede ser realmente riesgoso e incluso contraproducente.

Por Francesco Milella Última Modificación julio 13, 2020

Por Francesco Milella

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Acercarse sin precaución al último Bach puede ser realmente riesgoso e incluso contraproducente. Obras como la Ofrenda Musical o el Arte de la Fuga nos ponen frente a una música totalmente nueva, no solamente respecto a la producción precedente del mismo Bach sino también respecto a toda la cultura musical occidental. A partir de los años cuarenta del siglo XVIII, Johann Sebastian Bach comienza a buscar en la música un instrumento de análisis científica: el lenguaje de las notas se vuelve ligero, inefable, inmaterial para liberar sus significados más abstractos y ocultos. La atención de Bach se concentra en los datos geométricos y en el orden matemático únicos, en la mente del anciano genio, capaces de transportar la música a las esferas más altas.

Acostumbrados al Bach de los conciertos, de las sonatas y de las cantatas, no nos podemos acercar a estas obras con la ligereza y la tranquilidad con que solemos escuchar una de las suites para orquesta: es necesario, como los buzos que bajan en las profundidades del mar por etapas, proceder por niveles que nos permitan acercarnos gradual y lentamente al mundo abstracto de la matemática y de la geometría musical y así poderlo disfrutar de la mejor forma. Es necesario, en fin, educar el oído y la mente a un lenguaje especulativo que, de otra forma, nos acabaría asustando.

Esta revolución comenzó lentamente entre los años treinta y cuarenta cuando Bach, tomándose más pausas como kantor en Leipzig, produjo una serie excepcional, por calidad más que por cantidad, de obras para tecla. Fugas, fantasías, cánones y variaciones fueron el instrumento principal gracias al cual Bach se alejó de las viejas costumbres e inició a buscar un nuevo lenguaje musical capaz de acoger al mismo tiempo la inventio, o sea el rigor compositivo, y la fortuitas, la casualidad de la armonía. En fin, un lenguaje estructurado a partir de una dialéctica constante entre lor racional y lo irracional, donde lentamente comenzó a ocupar un lugar prominente la reflexión matemática.

Testigo principal de esta fase de transición es la Fantasía BWV 906 en do menor para tecla, compuesta, junto a la fuga siguiente que tristemente nos llegó incompleta, entre 1737 y 1738. Es una página breve, que retoma la forma de la fantasía del Renacimiento, una composición instrumental libre muy cercana a la improvisación.

Ya conocemos a Bach, su manera de transportarnos inmediatamente al corazón de la música, sin preámbulos ni juegos retóricos. Fiel a sí mismo, Bach abre esta Fantasía con una explosión sobre el arpegio en do menor marcando inmediatamente el tono de la composición, brillante y brioso que nos acompañará hasta el final de la Fantasía. La estructura de la pieza es clara y geométrica, dividida en dos partes. La primera nos presenta el material temático que, a partir de la equilibrada explosión inicial, desarrolla juegos rítmicos y armónicos en el más tradicional estilo bachiano. Color, velocidad y armonía  cambian y se alternan con sorprendente facilidad y en plena libertad. La fortuitas es total. La casualidad, la improvisación parecen dominar.

En la segunda parte Bach desarrolla el tema inicial. Todo cambia: la libertad, la fantasía de la primera parte comienzan lentamente a desaparecer para dejar espacio a la inventio. Con un tono más reflexivo, Bach deconstruye y reconstruye su partitura. Deja a un lado las explosiones, los  arpegios y brillantes ritmos: lo que ahora domina es la relación entre las notas, el interés hacia la arquitectura más profunda del momento musical, hacia la estructura esencial del sonido. Son momentos, breves y fugaces, en donde perdemos contacto con nuestros modelos, con la armonía, la melodía y el ritmo, y entramos en un mundo musical desconocido. La desorientación es total. Pero Bach no nos abandona: con delicadeza nos vuelve a llevar a la superficie, después de habernos enseñado, aunque por un breve instante, los misterios más profundos de la música.

Francesco Milella
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