“La Cetra”, el último canto veneciano de Vivaldi

De todos los ciclos de conciertos compuestos por Vivaldi el de "La Cetra" sigue siendo el menos conocido.

Por Francesco Milella Última Modificación agosto 5, 2015

Por Francesco Milella

De todos los ciclos de conciertos compuestos por Vivaldi el de “La Cetra” sigue siendo el menos conocido. Después de los éxitos de “L’Estro Armonico”, “Il Cimento de l’Armonia e de l’Inventione” y de “La Stravaganza”, Vivaldi en 1713 empieza a alejarse lentamente del mundo instrumental para dedicarse casi totalmente a su nueva actividad de empresario teatral, que estaba de hecho comenzando en esos años y que lo habría llevado a transformarse en uno de los músicos más famosos de su época.

En 1727, probablemente porque era incapaz de renovar sus ideas (que de hecho, en ámbito operístico, nunca fueron particularmente originales), o de responder a exigencias teatrales y musicales diferentes, Vivaldi parece volver a sus amados conciertos, que lo acompañarán en los últimos tristes años hasta su muerte en Viena en 1741 (o 1743). Se trata de una última trayectoria musical, última y desafortunada: ya no es el Vivaldi brillante y original de los primeros conciertos, de los años de “la Pietá”. Faltan ideas, falta ese gusto melódico amplio y brillante que había caracterizado los primeros conciertos. Pero como siempre, hay felices excepciones, como la del ciclo de 12 conciertos de “La Cetra”. Los invito hoy a analizar el concierto n. 9 en sibemol mayor.

Ya conocemos a Vivaldi, conocemos sus intenciones, su manera de acercarse a quien escucha su música. Después de tantos años en el mundo de la ópera, volviendo al concierto, Vivaldi retoma todos esos elementos que entre 1710 y 1720 lo habían llevado a cambiar totalmente la música instrumental europea. Uno de ellos es la brillantez, originalidad y tetralidad del estribillo del primer movimiento que, como siempre, abre todo el concierto. El concierto se abre sin preámbulos, sin presentaciones, con un tema fluido y líquido:

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Al igual que en el primer concierto de la Stravaganza RV 383, Vivaldi empieza este concierto con una verdadera explosión musical: los violines I y II tocan al unísono una serie casi infinita de semicorcheas, liberando un verdadero “río musical” de contagiosa energía y belleza. Como si fuera agua, las notas de Vivaldi fluyen alternándose a los refinadísimos diálogos de los dos violines solistas en diferentes tonalidades armónicas para, finalmente, volver a la inicial en si bemol mayor y dejar que el río por fin descanse en su lago.

El lago, continuando la metáfora “hídrica”, es el segundo movimiento donde parecen dominar casi totalmente los dos violines solistas con un tema amplio y relajado. Si el motor del primer movimiento eran la armonía y el incansable ritmo de las semicorcheas, ahora todo se mueve gracias a una delicada melodía acompañada, en un hermoso contraste, con un agudo y duro tema de la orquesta.

En el tercer movimiento, Vivaldi parece perder la energía del primero y la delicadeza del segundo, logrando de todos modos cerrar con elegancia e inteligencia un concierto muy especial. Especial no solamente por su impresionante teatralidad y belleza, sino también – o quizás sobre todo – porque se trata de uno de los últimos refinados testigos de ese arte violinístico con el cual Antonio Vivaldi cambió completamente la historia de la música instrumental: a partir de los años treinta del siglo XVIII su música se empieza a olvidar y será remplazada por el nuevo gusto rococó. Al pobre “prete rosso” no le quedará de otra, tendrá que irse a Viena para buscar fortuna al servicio del Emperador Carlos VI. Pero lo único que encontrará será una fosa común en el Spitaller Gottsacker de Viena.

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