La parténope, la primera ópera mexicana

Diez años después de su llegada al Nuevo Mundo, la ópera finalmente tocó tierra mexicana. Era el 26 de mayo de 1711; en el Palacio Virreinal de la Ciudad de México el joven compositor criollo Manuel de Sumaya

Por Francesco Milella Última Modificación septiembre 11, 2023

por Francesco Milella

Diez años después de su llegada al Nuevo Mundo, la ópera finalmente tocó tierra mexicana. Era el 26 de mayo de 1711; en el Palacio Virreinal de la Ciudad de México el joven compositor criollo Manuel de Sumaya (1684-1754)  presentó La parténope compuesta sobre el libreto del italiano Silvio Stampiglia, por encargo del recién llegado virrey Don Fernando de Alencastre Noroña y Silva. Las circunstancias no eran muy diferentes a las que en 1701 habían llevado a la puesta en escena de La Púrpura de la Rosa de Tomás de Torrejón y Velasco en el Palacio Virreinal de Lima: en aquella ocasión había que celebrar los diez y nueve años de vida del Rey Felipe V y su primer primer aniversario de ascenso al trono español. Diez años después, lo único que había cambiado era su edad y, quizá, su poder y su experiencia en la gestión del Imperio.

Observando estos hechos históricos, nada, aparentemente, parece cautivar nuestra atención: el centro del poder preparado para recibir, probablemente, a toda la corte y a las élites locales para asistir a una ópera compuesta en el más clásico estilo italiano, por encargo del representante local del Imperio en honor del Rey. ¡Vaya originalidad! Nuestro interés disminuye aún más cuando descubrimos que de este evento musical de la historia de México lo único que nos queda es el libreto en italiano y español y alguna escasa noticia. Nada más, ni una nota, ni un fragmento de la partitura ha sido descubierta al día de hoy. Pero la verdad, si dejamos que los hechos hablen por sí mismos, descubriremos que detrás de esas fechas y de esos datos tan áridos y escasos se esconde una historia realmente interesante.

Comencemos por el título y el libreto: para su primera ópera (El Rodrigo, compuesto en 1708, fue probablemente un drama con música o una zarzuela), Sumaya elige un texto que la tradición barroca europea estaba apenas empezando a conocer. Una sola ópera había sido compuesta sobre esta temática antes de la ejecución mexicana: La parténope del italiano Luigi Mancia, presentada en Nápoles en 1699. Seguirán años después Leonardo Vinci en 1725 y Georg Friedrich Händel, en 1730. A pesar de la mediocridad del tratamiento dramático, confusa e inorgánica, la elección de este libreto nos dice muy claramente cuales eran las intenciones de Sumaya: tomar un camino diferente del que había elegido diez años antes Torrejón y Velasco en Lima. El compositor mexicano se aleja de la tradición de la zarzuela española, geográficamente muy limitada, para mirar a la ópera italiana en ese entonces más moderna y, por lo tanto, capaz de colocar la Nueva España y su tradición musical en una dimensión cultural más internacional. Crucial pudo haber sido un probable viaje que Sumaya hizo a Italia entre 1700 y 1707: tristemente no hay información sobre esta posible estancia en Italia más allá de un significativo silencio en los documentos mexicanos, al final del cual Sumaya vuelve a aparecer para componer su primera ópera y la primera escrita en la Nueva España.

Miremos ahora la fecha, ese 26 de mayo de 1711 que aparece en los pocos documentos que han llegado hasta nosotros. El siglo XVIII estaba apenas empezando. Para la ópera italiana es un momento de transición de la libre dramaturgia musical de Monteverdi, Cavalli y Cesti a la estructura aria–recitativo que tradicionalmente identificamos con el barroco más maduro. Todavía no había modelos claros y consolidados que imitar y seguir: Metastasio tenía apenas diez años, Pergolesi apenas uno, Vivaldi todavía no se había acercado al mundo de la ópera: los grandes operistas tenían que llegar. No ha de haber sido fácil para Sumaya componer La parténope en 1711, completamente envuelto en las tradiciones musicales españolas de los tonos humanos y de la zarzuela y mirando a un mundo musical – el italiano – todavía en transición, sin grandes ejemplos dominantes.

Pero Sumaya tenía su formidable instinto y su gran experiencia musical, la misma que brota en cada nota de las otras composiciones que afortunadamente han llegado hasta nosotros. A través de ellas y de los hechos históricos que hoy tenemos en nuestras manos, podemos imaginar La parténope, tratar de reconstruir su forma y su voz, y seguir soñando con un evento musical fundamental para el futuro musical de México.

Francesco Milella
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