Las Suites para violonchelo solo de J.S. Bach II

Mischa Maisky – violonchelo El Preludio inicia deletreando un pausado acorde de re menor ascendente, mismo que queda en suspensión al llegar a su quinta. […]

Por Música en México Última Modificación junio 25, 2015

Mischa Maisky – violonchelo

El Preludio inicia deletreando un pausado acorde de re menor ascendente, mismo que queda en suspensión al llegar a su quinta. Ello da pie a las elegantes corridas de semicorcheas que se detienen de forma intempestiva en notas largas. Tal estructura y sus variantes articulan las ideas del primer momento de la suite, procedimiento clásico de los preludios bachianos. En general la línea discurre con fluidez. La sensación de discurso que transcurre horizontalmente la segmentan contornos melódicos de dos compases que aparecen en secuencia aquí y allá, como si Bach quisiera tocar tierra con nuestra memoria y expectativa, típico de su estilo y genio. De pronto aparece el motivo principal ahora en un acorde de fa mayor. Construcciones similares a los primeros compases dejan fluir el material que ahora recorre recovecos armónicos más atrevidos, ello inevitablemente enfoca nuestro oído hacia la tensión armónica. Este desarrollo, más en espíritu que formal, nos conduce a un calderón que suspende de nuevo la vida del sonido. Se retoma después del silencio una larga sucesión de semicorcheas que finalmente conduce a una cadencia sorpresivamente extendida. El movimiento termina con cinco largos acordes de cuerdas dobles que enfatizan la inercia de final.

La Allemande, de estructura binaria, retoma el espíritu del preludio pero añade su cualidad de danza. El tema se impulsa desde la anacrusa al tiempo fuerte para remarcar los acordes principales en cuerdas dobles. La polifonía apenas asoma en los pasajes donde se completan frases o cuando aparecen unos breves trinos. De pronto una sorpresa: un tritono desnudo que abre paso a una ágil corrida de carácter improvisatorio, como si escucháramos algún fragmento de fantasía o toccata que se diluye en la estabilidad rítmica del término de la sección. La parte b presenta el tema en la dominante y se compone básicamente del mismo material. Es más breve y sintética, pero da la impresión que se forman arcos melódicos un tanto caprichosos, que ganan poco a poco inestabilidad en sus trayectorias, casi dando la sensación de azar. Desde luego la doble cadencia pone las cosas en orden y con eficacia regresamos a la estabilidad de la tónica.

La Courante rompe el carácter hasta ahora sereno de la suite con arrebatos de gran vitalidad. El movimiento es demandante para el intérprete porque además de la velocidad, requiere de gran energía. Llama la atención el movimiento del arco definido por la articulación que Bach solicita. En los pasajes de “bariolage” (alternancia entre notas estáticas con otras que cambian) hay que ir hacia la punta del arco sólo lo suficiente para poder regresar a tiempo a la vorágine de notas non legato que son mayoría. De nuevo, algunos acordes dan al intérprete cierto respiro, pero en general este resulta el movimiento más demandante de toda la obra.

La vertiginosa Courante es compensada por una melancólica Sarabande que retorna al ambiente solemne y pausado. Es un Largo de bella manufactura en donde Bach deja escuchar el cuerpo del instrumento. Utiliza el registro medio-agudo para cantar, mientras que las cuerdas graves apoyan con armonía. De vez en vez surge una polifonía más declarada gracias a un declarado juego de dos voces. Algunos saltos y giros melódicos inesperados enriquecen, sin romper la línea, nuestra expectativa en el movimiento. Hay compases en donde transcurre un material casi estático que no avisa su futuro, y justo cuando nos damos por perdidos Bach nos toma de la mano y nos conduce hacia alguna certeza.

Los Minuettes I y II nos recuerdan que las suites barrocas están formadas por danzas. Breves y acertivos, los minuettes guardan pocos secretos. Tienen un carácter gentil típico de la época y son agradables miniaturas. Ellos marcan el camino hacia un final de la suite mucho más positivo que lo anunciado en el inicio.

La Gigue termina la suite con júbilo declarado. De compás ternario, su fórmula rítmica basada en corchea y negra, se complementa con ágiles corridas de notas. Bach es capaz de generar con estos sencillos elementos un discurso de interés, sin perder nunca su carácter brillante. Hay pasajes más extendidos a dos voces que, tomando en cuenta la velocidad, están perfectamente escritos. El arco emocional de la Segunda suite nos ubica en un lugar muy distinto que el principio, pero de alguna manera hace sentido alcanzar un final gozoso.

Mauricio García de la Torre

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