LUCERNA 10 – JOHANNES MARIA STAUD Y MIDORI Nabi

Pareciera que es otra faceta, ahora apolítica, de Staub, la que se nos presenta con su sorprendente y fascinante Concierto para violín,cuerdas y percusión. Sin […]

Por Música en México Última Modificación agosto 31, 2014

Pareciera que es otra faceta, ahora apolítica, de Staub, la que se nos presenta con su sorprendente y fascinante Concierto para violín,cuerdas y percusión. Sin embargo, si se presta atención a la forma (¿y a qué otra cosa se prestaría atención en la música?) se advierte que la misma violencia cortante, presente desde el título mismo de la obra anterior, se manifiesta en el Concierto, que, no sobra decirlo, fue fantásticamente interpretado por la Orquesta Sinfónica de Lucerna y por la impetuosa y taconeante Midori, tan taconeante que parecía sumarse a los instrumentos de percusión. (La hubiésemos preferido con pantuflas en el tablado del escenario).

Importa poco al crítico improvisado firmante de estas notas que Staud refiera el origen de su obra a las esculturas de David Nash, un artista plástico inglés que a menudo usa como material para sus obras a la madera con distintos grados de quemadura y que esas tablas cenicientas lo hubiesen inspirado para hacer una música con distintos grados de brillantez sonora y buscar nuevos matices del gris y el negro. Como en todo concierto para violín que se respete hay notas agudas y notas graves que no están más ardidas que las primeras. La única madera que importa, para el caso es la del Guarneri de Midori, a quien está dedicada la pieza, y también las que no se oyen, la de los alientos “de madera” (así eran antes, ahora son muy metálicos) que, de manera provocativamente original, están ausentes en la composición y en la ejecución de esta obra.

El rasgo fundamental de la partitura es su concisión, su austeridad. Dijo Staud: “No me interesa la opulencia y aquí no hay ninguna”. Ni siquiera hay una cadenza a menos que se considere que toda la obra es una cadenza infinitamente modulada para bien de la solista. ¿Original? Sí; sin duda alguna; tan original como puede serlo una composición en la que se condensa todo el pasado de la música occidental de concierto tanto por lo que se incluye como por lo que se deja de lado. En la orquesta sinfónica convencional hay una suerte de “colchón de aire” amortiguador entre las cuerdas y la percusión formado precisamente por los instrumentos de aliento. Aquí el autor ha decidido prescindir de ellos y radicalizar el contraste entre los otros dos grupos.

Quien se atrevió primero cree, no está seguro, no lo sabe de fijo Nabi fue Bela Bártok con su Música para cuerdas, percusión y celesta de 1936, una obra seminal cuya presencia solapada se adivina y se presiente a todo lo largo de esta partitura contemporánea. Bártok adoptó una disposición espacial genial con las cuerdas a ambos lados del escenario y el recurso al piano como un instrumento más de percusión en el centro, agregándose a la celesta. En el Concierto de Staud ese lugar de la celesta es trasladado a la percusión, en particular al xilofóno, que adquiere un rol protagónico. Pero no se trata tan solo de parentescos en la instrumentación. La subyacencia no confesada de la Música de Bártok es perceptible emocionalmente a todo lo largo de este concierto que puede incluirse en la nocturnidad característica del compositor húngaro y que, tal vez, pueda asociarse con las alusiones de Staud a las maderas carbonizadas que, según dice, le han servido de modelo.

La antemencionada austeridad es la de esos sugerentes y magnéticos sonidos de aquella música del húngaro, entonces revolucionaria y hoy ya clásica, prebélica, que, puede uno acotar, se sabe bien cómo llegó hasta nuestro joven contemporáneo austriaco. El puente entre Bártok y Staub es György Ligeti, seguramente el compositor más influyente y el más citado, cuando no el más interpretado, en este Festival de Lucerna. Ligeti, víctima del fascismo en la guerra, del comunismo estalinista en la postguerra y de Stanley Kubrick que tomó su música sin pedirle autorización para 2001, odisea del espacio, es el continuador directo de su compatriota Bela Bártok. Fue Ligeti quien se hizo cargo, desde sus primeras obras, de elaborar esas nocturnidades bartokianas y de crear mundos sonoros microtonales que encuentran su culminación en esa creación fabulosa, paradigma de la música de nuestros días, que es la ópera El gran macabro. Staud no tiene empacho en reconocer que sus composiciones proceden de las de Ligeti y las de éste de Bártok. A todo lo largo del concierto que estrenó Midori se siente y se aprecia este pasaje. Bártok se atrevió, en contadas oportunidades, a trabajar con cuartos de tono pero fueron Berio, Boulez y Ligeti quienes, en el surco abierto por nuestro Julián Carrillo, se transformaron en apóstoles de la microtonalidad, ese rasgo distintivo de este fantástico concierto de Staud que, ojalá, llegue pronto a los estudios de grabación y pues es así como se entera uno de la música de ahora a you-tube.


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