LUCERNA 6 – BARENBOIM, AL DIA SIGUIENTE Nabi

Si el concierto de ese “laboratorio político” que es la East-West Divan Orchestra fue dominado claramente por los aspectos políticos en el día del debut, […]

Por Música en México Última Modificación agosto 26, 2014

Si el concierto de ese “laboratorio político” que es la East-West Divan Orchestra fue dominado claramente por los aspectos políticos en el día del debut, muy otra fue la idea que presidió al segundo de los conciertos, dedicado por completo a la pura música y cabalmente despolitizado. En la primera parte el director se lució también como solista en la ejecución del último de los conciertos para piano y orquesta de Mozart, el número 27, en si mayor, compuesto en 1791, año de su muerte. La violencia pasional del día anterior con los estrenos y el Wagner del día anterior cedieron su lugar a la ternura y la calma jovialidad de una obra bella aunque no revolucionaria, en las fronteras entre el clasicismo y el romanticismo, que ratificaba la maestría formal alcanzada en 1791 por aquel joven de 34 años que ignoraba la proximidad de su fin. Barenboim realizó una lectura agraciada, transparente y poética con un tiempo justo, diáfanas notas en el piano y cuidado por los matices en la sonoridad alternante de las cuerdas y las maderas que bien puede guardarse en la memoria.

Mucho más prosaicos fueron el programa y el clima imperantes en la segunda parte del programa pues Barenboim y la orquesta árabe-israelí ejecutaron con excitación y casi sin piedad toda la música orquestal de Maurice Ravel inspirada en España: la Rapsodia, la Alborada del gracioso, la Pavana para una infanta difunta y, finalmente, como era de esperar y de temer, el Bolero.

La performance fue (casi) inobjetable y el entusiasmo del público fue creciendo a pesar de lo conocido y hasta trillado de este repertorio. Dicho sea de paso, si alguien quiere divertirse encontrando algo nuevo en el Bolero, me permito decirle que sí lo hay, a disposición de cualquiera dispuesto a guglear “Le batteleur du Bolero de Ravel”, cortometraje del inefable director francés Patrice Leconte (El marido de la peluquera). Leconte sigue la pieza musical a través del rostro del perpetuo tamborilero y, en una de las dos versiones disponibles en you-tube, acompaña la música con hilarantes comentarios acerca de lo que probablemente piensa el batidor mientras golpea el parche con sus palillos exactos de relojero tan suizo como el padre del compositor y tan españoles como su madre vasca.

Si quiere divertirse aun más, de manera distinta y más “seria”, pero no menos jocunda, puedo recomendar la breve novela Ravel (París, Minuit, 2006), de Jean Echenoz (*1947), donde se describe de manera retrospectiva el progreso de la demencia del compositor a partir de su viaje a los Estados Unidos en 1928. Lo sugerente para mí fue, escuchando el concierto en Lucerna, poder presentir que la perseveración demencial se esboza ya en la constante repetición de las frases “españolas” en la primera pieza, el Preludio a la noche, y en la última, la Feria, de la Rapsodia española y alcanza su culminación en el presunto “síntoma” que sería el Bolero. La idea, surgida de la imaginativa reconstrucción de Echenoz, es hilarante, aunque sea injusta e inexacta pues no tiene en cuenta las maravillosas producciones del genio de Ravel en los últimos años, especialmente en los dos conciertos para piano, posteriores al Bolero de 1928, donde refleja su pasaje por los

Estados Unidos con la incorporación de los ritmos de jazz y olvida también las fabulosas orquestaciones que produjo poco antes de que la devastación neuronal lo llamara al silencio. No solo había que oír sino también ver a Barenboim dirigiendo con las manos plantadas en la baranda de atrás del podio, tan solo mirando a los músicos en esa obra que todos, intérpretes y público, conocen de memoria y donde el tamborilero resulta ser el personaje más notable del show. Pues de eso se trataba en un Barenboim que parecía inspirado por las audacias populistas de su joven colega venezolano (y también, cuando quiere, músico talentoso) Gustavo Dudamel. Llevando a la cúspide sus dotes demagógicas el director ofreció nada menos que cuatro encores tomados de lo más conocido de la Carmen de Bizet. Concluyó el concierto con un breve discurso en el que recordó que venían, la orquesta y él, de unos conciertos en las calles de Buenos Aires. La evocación de esa experiencia porteña lo llevó a terminar el concierto con un tango-milonga: El firulete. El autor de esa música es Mariano Mores, un prolífico compositor de tangos que se acerca a los 100 años de edad. Imagine el lector de musicaenmexico.com.mx la recepción que tuvo en la colmada nave del Konzerthaus de Lucerna este final exultante y, por qué no decirlo, tan atractivo como banal. Las ovaciones no hicieron olvidar que, como sucede en todas las salas de concierto del mundo, si se quiere hacer oír el tango, hay que recurrir a las suaves audacias de Astor Piazolla que tendrá, por fin, su monumento en una de las esquinas más céntricas de Buenos Aires. Lo que no puede negarse es que el argentino-israelí-palestino sabe lo que quiere y que, guste o no, consigue sus objetivos al hacer que cada nota y cada movimiento de su batuta se cargue de connotaciones políticas implícitas, no perturbadoras del discurso musical.

A continuar


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