Marc-Antoine Charpentier: Te Deum

Marc-Antoine Charpentier: Te Deum

Por Francesco Milella Última Modificación febrero 20, 2023

por Francesco Milella

Marc-Antoine Charpentier ha sido un compositor realmente desafortunado. Coetáneo del más famoso (y tremendamente más afortunado) Jean-Baptiste Lully, Charpentier ha sido casi completamente ignorado por la musicología moderna que, dándolo muchas veces por descontado, acabó colocándolo en ese infinito grupo de músicos que entre los siglos XVII y XVIII animaron la vida espiritual de la corona francesa antes de la invasión de la ópera. La verdad es mucho más compleja y, desde luego, fascinante.

Hablar de él significa hablar del primer gran compositor del barroco francés (ya que Lully era anagráficamente italiano, precisamente de Florencia). Un compositor que, contemporáneamente a su colega Lully, logró transformar la música de su patria. Gracias a su larga permanencia en la Roma contrarreformista, como alumno del padre del Oratorio, Giacomo Carissimi (1605-1674), logró elaborar un lenguaje técnicamente sólido y estructurado y musicalmente inmediato, hecho de melodías y ritmos fáciles y cautivadores. En otras palabras, Charpentier abandona (casi) definitivamente la polifonía renacentista para abrazar finalmente el estilo monódico típico de la música barroca.

En su larga vida (1634/1636-1704), debido al dominio de Lully – que imaginamos insoportable para él –, Charpentier acabó trabajando para instituciones religiosas menores como conventos e iglesias que le comisionaban obras para las más diversas ocasiones. Una de estas obras es el fascinante y famoso Te Deum H. 146 (H. se refiere al catálogo que el musicólogo estadounidense Hugh Wiley Hitchcock elaboró en 1982), que Charpentier escribió entre 1688 y 1698 como compositor de la Iglesia de Saint Louis-le-Grand en rue Antoine, probablemente ejecutado en 1692 para festejar la victoria de Francia en la Guerra de la Gran Alianza que había puesto toda Europa en contra del Rey Sol. El Te Deum es una de las obras más famosas y más sorprendentes de todo el barroco francés.

El preludio inicial es la parte más bella pero al mismo tiempo más difícil de analizar, debido sobre todo al tono publicitario y superficial con el cual la televisión se ha apoderado de él y, finalmente, de nuestros oídos. Se trata de un rondeaux (en la forma A-B-A-C-A) donde un hermoso y triunfal estribillo, protagonizado por trompetas y timbales, se alterna a delicadas frases de los instrumentos de aliento y de cuerda creando un contraste de colores, tonos y ritmos que da a la composición una teatralidad realmente deslumbrante, contraste que de hecho parece caracterizar todo el Te Deum.

Con un hábil y delicado uso de los solistas y del coro, así como de los diferentes instrumentos, Charpentier crea una verdadera obra maestra heterogénea, animada por una increíble fuerza dramática. Impresionante es, por ejemplo, el coro “Te Aeternum Patrem” que el músico francés abre inmediatamente con un tono severo, casi teutónico, pero al mismo tiempo caracterizado por ese gusto melódico que solo la música italiana había sabido desarrollar antes. Inmediata y sorprendentemente, esta introducción se transforma en una tierna, sutil y delicada danza francesa que acompaña la frase “Tibi Omnes Angeli…Dominus Deos Sabaoth”. Lo que sigue nunca deja de impresionarme: Charpentier parece encender la música, parece casi darle fuego y dejarla brillar con toda su potencia y su majestuosidad con la frase “Pleni Sunt Caeli et Terrae”. Aparecen los timbales y las trompetas del preludio, pero ahora para acompañar a un coro poderoso y brillante, y construir así una maravillosa escena bíblica. Para vivir una teatralidad tan fuerte e intensa en la música religiosa tendremos que esperar unos años y trasladarnos a Alemania, la tierra de Johann Sebastian Bach.

En realidad se trata de un pequeño ejemplo de una gran obra que llevaría meses y páginas para analizarla en su totalidad y en toda su belleza. Les dejo a ustedes, queridos lectores, la plena libertad de dejarse seducir y emocionar por este maravilloso Te Deum. ¡Esperamos sus comentarios!

Francesco Milella
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