Más allá de la música: la Suite francesa no. 4 de Bach

Por Francesco Milella Suite Francesa no. 4 de Bach, interpreta András Schiff. Aburrida, difícil, mecánica, didáctica, monótona: la música para tecla de Johann Sebastian Bach […]

Por Francesco Milella Última Modificación agosto 13, 2017

Por Francesco Milella

Suite Francesa no. 4 de Bach, interpreta András Schiff.

Aburrida, difícil, mecánica, didáctica, monótona: la música para tecla de Johann Sebastian Bach suele despertar en el público de hoy una cierta apatía o, aún peor, un interés forzado. Pero la verdad, el error es nuestro: nos hemos acercado a ella con una mirada demasiado condicionada por el siglo XIX y sus ideas de belleza, intimidad, espíritu y sublime. Nos acercamos a las suites y a las partitas de Bach, aún conscientes de que se trata de un compositor barroco, buscando las detonantes imágenes de un Schumann o la  tierna delicadeza de una sonata de Schubert; tratamos de buscar en ella la intimidad de Beethoven o la elegante gracia de Mozart, ignorando completamente la verdadera identidad de esta música. Quizás no sea un error, pero simplemente una impostación defectuosa de nuestra sociedad.

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La música para tecla de Bach no nos ofrece detonantes imágenes. Es más, no nos ofrece ninguna imagen, ni mucho menos íntimas reflexiones o descripciones de emociones humanas. Bach va más allá del mundo, del ser humano y de su intimidad. Bach nos ofrece algo mucho más valioso y al mismo tiempo más complejo: la música. Nada más la música sin ningún adorno “terreno”.

Lo que Bach nos regala es la música, pura e incontaminada, con sus juegos, sus diálogos, sus tensiones y sus leyes, dentro de ese marco espiritual que ya hemos aprendido a apreciar.

En fin, sin entrar demasiado en aburridas reflexiones, les propongo que hoy nos acerquemos a esta parte de la producción de Bach con una mirada diferente yendo un poco en  contra de nuestro “vicio” de buscar en ella alusiones terrenas, alusiones que por un lado la acercan más a nosotros, la hacen más humana. Pero al mismo tiempo la alejan, al perder de vista su verdadera identidad. Comenzamos hoy con la suite francesa n. 4 en mi bemol mayor BWV 815, compuesta, junto a las otras suites, entre 1722 y 1725.

Todo inicia con una allemande que rompe el silencio a través de una melodía fluctuante y suave, maravillosamente delicada. En los primeros compases las dos manos dividen sus roles muy claramente: la derecha lleva el tema principal, la izquierda la acompaña y la apoya con un bajo armónico, siguiendo un esquema típicamente italiano. Pero nota tras nota, sin que nos demos cuenta, Bach comienza a mezclar los ingredientes: el bajo de la mano izquierda lentamente toma más consistencia, dejando su posición de sumisión a la otra mano para ponerse a su mismo nivel. Llegamos así a la courante: los dos temas, el de la mano izquierda y el de la derecha, parecen caminar juntos en un momento musical que rompe la paz de la allemande con un ritmo más vivo y una armonía más dinámica y modulante.

La sarabande es el triunfo de la incertidumbre: en un clima armónicamente variable e inestable, Bach realiza una melodía abstracta, efímera, ligera, vaporosa. Buscamos un ritmo para acompañar su música con el pie o con ligeros gestos de la mano, buscamos una tonalidad, una categoría musical de referencia a la cual apoyarnos. Pero no lo logramos:

Bach nos ofrece un momento musical de maravillosa inestabilidad que se cierra aterrizando en un acorde mayor, estable, sólido que reconocemos inmediatamente.

Sigue la gavotte con su delicado ritmo de danza: es el placer de volver a tocar tierra. Es el placer de la estabilidad, de caminar por senderos conocidos. Como el que Bach traza con la sucesiva y hermosa air, donde juega con ritmos y notas, enredando armonías y tejiendo melodías en un momento de pura diversión.

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Después de un minuetto tranquilo y moderado, Bach abre el último capítulo de esta suite: la gigue. Y lo hace con un tono amplio que parece casi recordarnos las trompetas y los tambores de las grandes cantatas: volvemos a lo espiritual, a lo ultraterreno. Pero esta vez no perdemos el control, esta vez ya no nos sentimos desorientados y sin referencias. ¿Será porque, siendo al final, ya conocemos su lenguaje?  ¿o será porque, en esta maravillosa tensión a lo espiritual, Bach nunca deja de mirarnos, de mirar al ser humano y a sus necesidades? La respuesta está en su música y en lo que despierta en cada uno de nosotros.

Francesco Milella
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