MINERÍA : el milagro de la música en todo su esplendor

Programa: Brahms y Beethoven por Ricardo Rondón El noveno programa y clausura de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Minería fue un acontecimiento de […]

Por Música en México Última Modificación octubre 5, 2014

Programa: Brahms y Beethoven


por Ricardo Rondón

El noveno programa y clausura de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Minería fue un acontecimiento de una calidad, emotividad y asombro que materialmente nos transportó a las inspiraciones de Johannes Brahms y Ludwig Van Beethoven, dos titanes de la música, en plena madurez y capaces de comunicar y conmovernos hasta el alma. Durante toda la temporada el titular de la Orquesta Sinfónica de Minería ha demostrado una vez más y sobradamente su lugar como el mejor director musical de México y cuya carrera internacional ya se ha lanzado. Siempre está preparado profundamente y sabe comunicar sus ideas a los músicos de la OSM y logra resultados de primer nivel, siempre con entusiasmo y al servicio de las obras elegidas. Escuchamos dos piezas de Brahms, muy diferentes pero de enorme expresividad: La canción del destino, Op. 54, lleva texto de Friedrich Hölderin, un poeta un tanto desequilibrado que nos lleva en una corta composición a cuestionar si existe la vida más allá de la que conocemos. La música es semireligiosa y seria, algo característico de Brahms y flota con expresividad y sinceros cuestionamientos. Obviamente para el poeta, el destino es la muerte eterna aunque preferimos no estar de acuerdo. Esta fue la primera de las actuaciones del Coro Sinfónico de Houston que dirige Charles Hausmann al cual se unió el Coro Filarmónico Universitario bajo John Daly Goodwin. Llenaron a capacidad le enorme sección de la sala Neza llamada Coro y exhibieron un sonido intenso, sublime y con matices y claridad envidiables. Sale al escenario el violinista Vadim Gluzman, un genio del instrumento y un artista de pies a cabeza. Tocó el célebre Concierto Op. 77 en donde Brahms da rienda suelta a la gitanería y expresividad romántica. Melodía tras melodía inundaron la sala para dejarnos atónitos con el virtuosismo de Gluzman, uno de los mejores artistas del mundo y que comunica con increíble carisma. Su sonido es finísimo, de una sedosidad y fuerza combinados con los más finos filados y poderío cuando Brahms lo pide. Este Op. 77 se estrenó en Leipzig en 1879. La gestación de esta joya fue en una vacación a Italia en donde el músico estaba feliz. La belleza de los paisajes, la gente, el sol radiante, las obras de arte que lo maravillaron – todo esto llevó todo a su Concierto para Violín en donde sentimos la luminosidad, el brillo y la animación que percibió durante ese viaje. Gluzman nos entregó todo, diríamos hasta su corazón porque comunica esplendorosamente. La OSM bajo Prieto fue el marco ideal y el solista y el director formaron un equipo de fuerzas impenetrables. Decir que esta interpretación fue una maravilla es quedarse corto, fue una de las grandes experiencias que hemos tenido en nuestra larga vida musical y un privilegio. Como “encore” Gluzman tocó la Danza de los espíritus benditos de la ópera Orfeo y Euridice de Gluck, en un arreglo del famoso violinista Fritz Kreisler. El genio de Gluck flotó en el ambiento musical fino y radiante recreado por los intérpretes.

La Novena sinfonía, Op. 125 de Beethoven no requiere comentarios. Basta decir que pocas veces hemos escuchado una mejor interpretación, ejecución y balance sonoro de esta sinfonía que garantizó un lleno a reventar en la Sala Neza. Prieto optó justo por los tiempos musicales que nos gustan. Todo llevaba pasión juvenil, entusiasmo, mano firme y vigorosos tiempos, rápidos pero no acelerados, y una expansión y balance que gozamos de principio a fin. Resultó lo que solemos llamar “la gran experiencia” y enloqueció al público.

Nuevamente aplaudimos a rabiar al Coro de la Sinfónica de Houston que cantó como si su vida dependiera de ello. Con dicción clara, graduaciones vocales espectaculares y un entusiasmo unánime, invadieron la Sala de un glorioso sonido en donde había una perfecta comunión con la Orquesta en su mejor forma.

De una vez despachamos la impresión que causó el bajo, mejor dicho bajísimo cantante (¿?) Diógenes Randes cuyo sonido cavernoso, desafinado y de horrible timbre provocó la reprobación general. Los demás solistas cumplieron destacando la soprano Maria Kazarava de voz grande, firme y hermosa. La mezzo-
soprano Ana Häsler careció de volumen y el tenor Michael Handrick cantó con entusiasmo y obvio esfuerzo físico pero cumplió. Lo que no tiene perdón y menos explicación es la contratación de Randes, que nada tiene que hacer en eventos como este y mucho menos a través de una costosa importación. De lo demás podemos decir que fue una noche triunfal y admirable, conmovedora y emotiva para los que tuvimos la fortuna de estar allí. La temporada de verano 2014 de Minería cierra con broche de oro. ¡Hasta 2015!



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