Miguel Bernal Jiménez en ocho movimientos. Vibraciones

Miguel Bernal Jiménez. (Especial) HUGO ROCA JOGLAR/ LABERINTO Ciudad de México 1) El nacionalismo musical sacro mexicano es único en la historia del mundo. Su historia: […]

Por Música en México Última Modificación enero 21, 2015

Miguel Bernal Jiménez. (Especial)

HUGO ROCA JOGLAR/ LABERINTO

Ciudad de México

1) El nacionalismo musical sacro mexicano es único en la historia del mundo. Su historia: rebeldía y lucha. El gobierno quemó iglesias y con palos sodomizó a curas. Últimos veintes, primeros treintas. Tiempos raros, en los que creer en Dios era ir en contra del Estado. Miguel Bernal Jiménez (1910–1956), cabeza del movimiento, era un criminal. De niño, impulsado por su abuela Praxeditas, frente al espejo se probaba faldón carmesí y cuellos blancos de Damasco. De acuerdo con la Ley Calles, su crimen era desear ser sacerdote.

2) La música, creía Bernal, es la forma más eficaz de acercar el alma humana a lo divino. Como estudiante de la Escuela Superior de Música Sacra de Morelia, creaba partituras convencido de que al componer expresaba acercamientos a dimensiones incomprensibles de la vida. Sus primeras obras, escritas a los dieciséis, contienen ya dos esencias de su futuro pensamiento artístico: el órgano (en Al amigo fiel) como instrumento que refleja, en palabras de Joaquín Rodrigo, “el ansia del infinito, la constante punzada de escapar por encima del tiempo y de las edades”; y la voz humana (en Aves sin nido) como certeza de que cantar es la forma más pura de rezo.

3) Comenzó a los 18 la maestría en Composición en la Escuela Pontificia de Roma. Su miedo al pecado rozaba el ridículo. Evitaba ir a museos para no contemplar desnudos y cuando vio a Pío XI se le lanzó a los pies con un beso en los labios.

4) A Manuel M. Ponce le dedicó su Cuarteto virreinal (1939), obra donde se asume compositor del siglo XVIII y toma populares temas novohispanos (como las canciones infantiles “A la víbora víbora de la mar” y “Naranja dulce, limón partido”) y juega a variar sus alegrías. La música antigua se convirtió en su pasión. Descifró las partituras guardadas en el Colegio de Santa Rosa (tarea que a veces demandaba cálculos matemáticos para resolver signos de silencio) y descubrió maestros desconocidos, como Francismo Maratilla y dos Antonios: Rodil y Sarrier.

5) Amó a Kitty Macouzet, mujer voluptuosa de ojos azules. En sus cartas le decía cosas como “te mando un cheque de cinco mil besos pagadero el día… ¡en que nos casemos!”. Y se casaron el 4 de enero de 1940. Él tenía 29 y ella 17. Durante su luna de miel comenzó a escribir Tata Vasco (primera ópera mexicana del siglo XX estrenada en Europa: 20 de febrero de 1948 en el Teatro Madrid). Musicalmente, recorre la historia de la música (conviven cantares juglares con polifonía e imponentes construcciones impresionistas con melodías casi desnudas). Y el drama es una sucesión de contrastes (rudeza y ternura; matrimonio tras una muerte sangrienta).

6) Hacia 1950, los compositores mexicanos estaban ávidos de novedades. Querían dodecafonismo e indeterminación. Bernal fue acusado de aburrido y anacrónico:

“¿Quién en estos tiempos modernos quiere escuchar alabanzas de un michoacano mocho?”.

Y, sin embargo, cuando Stravinsky (apóstol de los modernos) visitó México escogió a Bernal para cenar. Hablaron sobre himnos; hablaron sobre Dios. Y Manuel Enríquez (de los mexicanos, el más atrevido) se acercó a él para aprender a componer a partir de sus ideas (“crear una identidad de clima entre texto y música sin caer en exageraciones”) sobre cómo hacer música sacra.

7) Dos de sus más interesantes partituras están en el olvido: el ballet Los tres galanes de Juana de Asbaje (1951), cuya trama propone que tras coquetear con el amor y la sabiduría Sor Juana eligió irse con el Cristo bañado en Sangre; la Misa Aeterna Trinitatis (1942), que de acuerdo con la ideología trinitaria del Ordinarium Missae, se basa en tres temas representativos del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

8) En el verano de 1956, Bernal descansaba en León. Había aprovechado las vacaciones de la Universidad de Loyola de Nueva Orleans (de la que era académico y director del coro de la facultad de Música). Murió el 26 de junio de un infarto masivo al corazón mientras componía Himno de los bosques, para gran orquesta y coro. Pocas semanas después Kitty dio a luz a su onceavo hijo

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