Teresa Berganza, la otra reina de España

por Francesco Milella La mejor manera de introducir a una cantante del nivel y estatura de Teresa Berganza es, paradójicamente, hablar de los límites que […]

Por Francesco Milella Última Modificación enero 23, 2022

por Francesco Milella

La mejor manera de introducir a una cantante del nivel y estatura de Teresa Berganza es, paradójicamente, hablar de los límites que caracterizaron su instrumento vocal. La verdad es innegable aunque muchos melómanos (categoría a la que pertenezco) nunca lo admitirán: la voz de Teresa Berganza no es la más bella que la historia de la ópera del siglo XX  y el mundo discográfico hayan tenido. Es pequeña, limitada en extensión y volumen, y posee un color lejos de ser perfecto. Pero, entonces, ¿cómo llegó a ser doña Teresa Berganza una de las más grandes y admiradas divas de la ópera?

Si se tratara de una cantante de hoy la respuesta la podríamos fácilmente encontrar en el ciego e irracional fanatismo de los que llenan las gayolas de los teatros y cambian de humor con la misma rapidez con la que pasan del aplauso al abucheo. Pero en el caso de Teresa Berganza, afortunadamente la respuesta es mucho más interesante: la técnica. Una breve anécdota nos puede ayudar a entender más claramente el sentido y la importancia de esta respuesta.

Hace unos años, alrededor de los noventa, una joven cantante – de cuyo nombre quisiera no acordarme, estaba por estrenar en el Met de Nueva York – nada más y nada menos – que La Cenerentola de Rossini. Se trataba de Cecilia Bartoli. Durante los primeros ensayos comenzaron a surgir problemas de volumen: ¡su voz no lograba llenar la inmensa sala! “Necesito un micrófono”, declaró la pobre Cecilia, “es la única manera de llenar el teatro”. La pobre y desafortunada mezzosoprano no sabía que en esa sala se encontraba doña Berganza curiosa de ver como La Cenerentola, joya de su repertorio, iba a ser interpretada por la joven italiana. Finalmente se dirigió a ella y le dijo “Perdóname querida, pero cuando yo cantaba mi pequeña voz llenaba el teatro sin esfuerzo. La solución no es el micrófono”…sino la técnica, añadiríamos nosotros.

Así es, Teresa Berganza poseía una técnica tan perfecta y sólida que supo trasformar su limitado instrumento en una verdadera fuerza de la naturaleza: respiración, aliento, voz en máscara,… secretos del antiguo canto “a la italiana” que la mezzosoprano logró interiorizar en los primeros años de estudio en el Conservatorio de Madrid, ciudad donde había nacido en 1935.  Inició, pues, una trayectoria artística realmente envidiable desde su debut como Dorabella en Cosí fan Tutte en Aix-en-Provence en 1957, a tan solo 22 años de edad, hasta sus últimas apariciones a principios de los noventa. Trayectoria que la llevó por los más grandes teatros del mundo: el Teatro alla Scala de Milán, la Royal Opera House de Londres, la Ópera de París, hasta el ya citado Met neoyorquino.

A su extraordinaria técnica Teresa Berganza supo añadir una igualmente extraordinaria inteligencia musical que le permitió, en primer lugar, elegir el repertorio más adecuado a sus cuerdas vocales y, en segundo lugar, transformar el canto en una auténtica expresión del alma cualquiera que fuera la ópera en cuestión, desde su amado Rossini hasta Mozart, desde Händel y Vivaldi hasta la más popular zarzuela, emocionando los corazones de los aficionados al llamado por algunos “género chico”. .

Pocos pero fundamentales fueron los ingredientes del éxito de esta maravillosa voz. Los resultados los seguimos viviendo hoy, en los discos y en los recuerdos de los que tuvieron la suerte de escucharla en vivo: delicadeza, claridad de dicción, homogeneidad de los registros, emisión sólida y penetrante, presencia escénica fina e inteligente. En fin, una voz que logró emocionar y paralizar completamente a todos los amantes de la música, hasta a un director llamado Herbert von Karajan. Durante una ejecución en vivo de Las Bodas de Fígaro en Salzburgo, al comenzar el aria “Voi che sapete”, dejó de dirigir, dejando al pobre Cherubino, interpretado por una joven Teresa Berganza, sin una guía que seguir. Al final de la noche Berganza se acercó discretamente a von Karajan para preguntarle las razones de su gesto. Y él le contestó: “¡yo también tengo el derecho de disfrutar su voz!”.

Handel – Alcina: Verdi prati

Francesco Milella
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