El célebre ciclo de canciones de Franz Schubert (1797-1828), Viaje de invierno (Winterreise), fue escrito en 1827, hacia el final de su vida. Schubert murió de sífilis el año siguiente, a la edad de 31 años.
Esta obra fue considerada por sus amigos como una expresión de su angustia interior, manifiesta en la profundidad emotiva y el frágil estado psicológico del protagonista.
Las 24 canciones están basadas en poemas de Wilhelm Müller, autor de los textos que Schubert utilizó en un ciclo de canciones anterior, La bella molinera (Die schöne Müllerin), compuesto en 1823.
Viaje de invierno sigue la jornada de un amante rechazado, quien se aleja de su aldea caminando por un paisaje nevado y desolado. Se muestra a la naturaleza como una amante cruel, indiferente e inmutable ante la pena que vive el viajero. El viaje del joven es doloroso pues le tortura el recuerdo de su amante – al pasar por un cementerio, renuncia a su fe, abrumado por su desdicha.
El ciclo cierra con el encuentro con un organillero, un final ambiguo que nos deja con la duda si el pobre viajero debe seguir adelante con el misterioso músico itinerante o volver a su lugar de origen….
Fuente: BBCmusic magazine.
Uno de los grandes intérpretes contemporáneos del Viaje de invierno – y del arte del lied, en general – es el tenor Ian Bostridge, quien ha escrito un libro fascinante dedicado a esta composición: Schubert’s Winter Journey, Anatomy of an Obsession, New York, Vintage Books, 2017.
Para Bostridge, “Viaje de invierno es sin duda una obra de arte excepcional que debe formar parte de nuestra experiencia compartida como la poesía de Shakespeare y Dante, la pintura de Van Gogh y Pablo Picasso, las novelas de las hermanas Brontë o Marcel Proust. Esta obra vive y causa impacto en las salas de concierto en todo el mundo, en culturas muy lejanas a sus circunstancias de origen, Viena en la década de 1820: escribo estas líneas desde Tokio, donde Viaje de invierno impresiona al público con la misma fuerza que en Berlín, Londres o Nueva York”.
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