Amar la música con pragmatismo: Londres y el barroco musical

Por Francesco Milella Una guía completa de las grandes capitales europeas de la música no debería incluir solamente las ciudades que produjeron obras de forma […]

Por Francesco Milella Última Modificación abril 24, 2019

Por Francesco Milella

Una guía completa de las grandes capitales europeas de la música no debería incluir solamente las ciudades que produjeron obras de forma independiente (Venecia, Leipzig, por ejemplo) o absorbieron influencias extranjeras para adaptarlas a sus propias necesidades (Praga, Dresde), sino que también debería mencionar todos aquellos centros que, aún sin haber (casi) nunca generado música autónomamente, es decir, sin contar con compositores locales, lograron construir su propia identidad musical importando músicos de otros países. Ámsterdam, San Petersburgo, Múnich, Varsovia: en formas y modalidades distintas, cada una de ellas fue construyendo, a partir de las últimas décadas del siglo XVII, su propio patrimonio musical con el apoyo de compositores y de modas italianas, de la sensibilidad de sus gobernantes y, también, de las elites locales.

De todas, Londres fue, sin lugar a duda, la más poderosa y sorprendente. Sin olvidar extraordinarias figuras como la de Henry Purcell y de su hermano, no podemos negar que la música barroca típicamente inglesa no fue capaz de dejar una huella consistente en la historia de la música occidental. Muchos fueron los compositores auténticamente británicos, pero, probablemente, poca fue la fantasía de un mundo demasiado empírico y racional para desarrollar una creatividad musical original, capaz de competir con la italiana, la alemana o la francesa. Aún así, esto no impidió a una ciudad como Londres, cada vez más poderosa, de igualar e incluso superar la riqueza musical de sus contrincantes del “continente”.

La muerte de Henry Purcell en 1695 había dejado un enorme patrimonio musical pero no una tradición ni, mucho menos, discípulos que estuvieran a su altura. Para la aristocracia y la rica burguesía londinense la mejor opción fue mirar hacia Europa y llamar a sus músicos más valiosos: era la solución más rápida para conseguir resultados de altísimo nivel ya que Inglaterra no contaba ni con una tradición en la cual apoyarse más allá de Purcell, ni, mucho menos, con un sistema educativo capaz de producir una nueva generación de músicos, como solía pasar en Nápoles con sus cuatro conservatorios o en Leipzig con Tomasschule. ¡Vaya pragmatismo británico!

El primero en llegar fue Georg Friedrich Handel en 1710. Su nombre no tenía todavía la fama que lo acompañaría algunos años después, pero, contaba ya con la experiencia y el gusto italiano necesarios para poder despertar nuevamente la vida musical de Londres: gracias a sus grandes triunfos como operista, la ciudad se fue rápidamente convirtiendo en un centro musical vivo y dinámico, con un público agradecido y unos sueldos suficientemente altos para traer, entre la segunda y la tercera década del siglo, a castrati y compositores de fama internacional. La intención de muchos de ellos era la de contrastar la creciente fama de Handel y arrebatarle el dominio de la música en la capital británica. Esto fue lo que pasó, por ejemplo, con el gran compositor napolitano Nicola Porpora quien, tras haber llegado a Londres y haber percibido el poder de su colega alemán, decidió atacarlo con una de sus mejores armas, invitando al castrato Farinelli. Porpora ganó su batalla, pero no la guerra y Handel siguió siendo el rey de los teatros londinenses incluso después de su transición al mundo del oratorio a partir de los años treinta del siglo XVIII.

Sin alimentar tantos conflictos entre los músicos ni la adrenalina entre su público, también la música instrumental logró encontrar su espacio en los palacios de Londres y atraer a grandes músicos italianos. Si Nicola Matteis (Nápoles, 1640/50 – Londres, después de 1713) y Gasparo Visconti (Cremona 1683 – 1731) fueron los primeros en cruzar el canal de la Mancha para trabajar como violinistas al servicio de grandes burgueses y Lord ingleses, fue Francesco Geminiani (Lucca 1687 – Dublín, 1762) el primero en crear una sólida tradición instrumental italiana en Londres. Alumno de Arcangelo Corelli, Geminiani llegó a Inglaterra en 1714, pocos años después de Handel, para dedicarse completamente a la enseñanza y a la composición de sonatas y conciertos al estilo italiano, según el modelo de su gran maestro. Entre los diferentes compositores que siguieron a Francesco Geminiani en su ruta hacia Inglaterra recordamos a: Francesco Maria Veracini (1690-1768), quien trabajó en Londres de 1719 a 1721 como violinista; Pietro Castrucci (Roma, 1679 – Dublín 1751), alumno, junto a Geminiani, de Arcangelo Corelli; Giovanni Carbonelli (Roma/Livorno 1691 – Londres 1772), amigo y colega de Vivaldi y, entre otros, Felice Giardini (Turín 1716-Moscú 1796), reconocido solista, pero desafortunado empresario de ópera.

Mas allá de la calidad y de la herencia musical de cada uno de ellos (obviamente, en el caso de Handel, Porpora y Geminiani es sobresaliente), lo que une a todos estos compositores es el hecho de haber encontrado en la vitalidad pragmática y racional de Londres un contexto ideal para desarrollar toda o parte de su carrera artística, consiguiendo, en la mayor parte de los casos, fama, éxito y respeto. Consciente de sus límites musicales, la capital británica invirtió recursos y esfuerzos para construir, a partir de un pasado frágil y borroso, un ambiente fértil, estimulante y creativo para cantantes, músicos y compositores principalmente italianos. Para finales del siglo XVIII, cantar en los teatros de Londres, conseguir el apoyo de Lord y ricos mercaderes o, incluso, publicar composiciones en una de sus imprentas, se había vuelto un honor que pocos compositores podían presumir. Así será para Haydn y Mozart, y, más adelante, para Rossini y para Verdi. Al terminar el barroco, Londres podía finalmente colocarse en el corazón de la vida musical europea.

 

Handel: Serse (ópera completa)

 

Geminiani: La Follia

 

Geminiani: Sonata para violonchelo

 

Veracini: Sonate accademiche

 

Giardini: Concierto para violin n. 1 op. 15

Francesco Milella
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