Beethoven: El crepúsculo (1826-27)

Las reminiscencias de Gerhard von Breuning nos brindan una mirada cercana a los últimos años de Beethoven

Beethoven Crepúsculo
Por Música en México Última Modificación julio 28, 2021

Las reminiscencias de Gerhard von Breuning nos brindan una mirada cercana a los últimos años de Beethoven:

“Durante su enfermedad (a fines de febrero de 1827), una mañana llegó un regalo de las obras completas de Händel en una elegante edición encuadernada que le había enviado Stumpff, el virtuoso del arpa. Hacía mucho tiempo que Beethoven deseaba poseerlas, y el regalo se le había hecho conforme al deseo que alguna vez había expresado. Cuando al mediodía entré en su habitación, como era mi costumbre hacer diariamente apenas el reloj sonaba la hora, señaló inmediatamente los volúmenes que estaban sobre el piano con los ojos radiantes de placer: ‘¡Ve, mira lo que me han enviado de regalo hoy! ¡Me han hecho muy feliz con estas obras! Hace mucho tiempo que deseaba poseerlas porque Haendel es el máximo, el más sólido de los compositores, y de él todavía puedo aprender algo! ¡Traélos para acá!’ Hizo éstos y otros comentarios en relación con ellos, hablando con excitación jubilosa. Entonces comencé a entregarle un volumen tras otro, mientras él yacía en su cama. Beethoven volteaba las páginas de cada uno a medida que yo se los daba, y a veces se demoraba un poco examinando ciertos pasajes. Entonces empezó a poner un volumen tras otro a su derecha sobre su cama y contra la pared, hasta que acabó por amontonarlos todos, y así permanecieron varias horas, porque yo los encontré todavía ahí cuando regresé por la tarde. En ese momento comenzó nuevamente a hacer los elogios más vivos de la grandeza de Haendel, llamándolo el más clásico y completo de los poetas sinfónicos.”

“Una vez pasó lo que en tantas ocasiones, es decir, que a mi llegada lo encontré dormido. Me senté al lado de su cama y me quedé tranquilo para no despertarlo, porque esperaba que el descanso le diera fuerzas, y mientras tanto voltee las páginas y leí uno de los cuadernos de conversaciones que conservaba listo para usarlo en su mesa de noche. Deseaba averiguar quién lo había visitado recientemente y qué se había dicho. Ahí me encontré en cierto lugar, entre otras cosas, lo siguiente: ‘Tu cuarteto, que Schuppanzigh tocó ayer, no me gusto. Cuando despertó poco después le enseñé esa oración, y pregunté qué tenía que decir en respuesta: ‘Algún día les gustará’, me contestó lacónicamente, a la vez que añadía, con legítima confianza en sí mismo, ciertos comentarios breves en el sentido de que componía lo que le parecía bien, y no permitía que la opinión contemporánea lo distrajera. ‘Sé que soy artista’.”

“Aproveché la oportunidad para preguntarle por qué no había compuesto otra ópera, y me respondió: ‘Quise componer otra, pero no encontré un libreto apropiado. Necesito un texto que me estimule; tiene que ser algo moral, edificante. Mozart fue capaz de componer para textos a los que yo jamás podría haber puesto música. Nunca he podido situarme en ambiente para componer textos teñidos de lujuria. He recibido muchos textos, pero como te dije, ninguno que me haya gustado. -Y agregó-: Tuve deseos de componer muchas otras cosas. Quise componer una Décima Sinfonía, y también un Réquiem, y la música para Fausto y hasta un método para piano. Este último lo habría compuesto en forma totalmente distinta a la que han seguido los demás. En fin, !ya no me ocuparé de eso! Y además, mientras esté enfermo no trabajaré, y no me importará cuánto me insten Diabelli y Haslinger a hacerlo, porque para componer tengo que estar de humor para ello. Con frecuencia me ha ocurrido que me veo imposibilitado para componer durante mucho tiempo, y de repente la facultad me regresa súbitamente.”

“En otra ocasión me encontré un libro de bosquejos sobre un mueble de la pieza. Se lo mostré y pregunté si en realidad era indispensable anotar sus inspiraciones. Me respondió: ‘Siempre llevo una libreta de apuntes como ésa, y cuando se me ocurre una idea la anoto enseguida. Llegó hasta levantarme por la noche cuando se me ocurre algo, porque si no lo hiciera se me podría olvidar’.”

La enfermedad final de Beethoven la constituyó una complicación de los males que lo habían atormentado durante toda su vida, y que culminaron en desórdenes del hígado, los intestinos, los pulmones y el riñón, hasta que finalmente se presentó un cuadro de hidropesía y tuvo que someterse a varias operaciones muy dolorosas. La opinión médica moderna diverge mucho respecto a la causa exacta de su sordera y su mala salud tan frecuente, así como respecto a las causas de su muerte. El Dr. Edward Larkin, en un apéndice muy interesante a la obra de Martin Cooper, Beethoven: The Last Decade, 1817-1827, propone la sugestiva teoría de que Beethoven sufría de cierto tipo de autoinmunidad patológica, es decir, su sistema rechazaba ciertas sustancias que le eran necesarias para su salud, y como consecuencia de ello desarrolló cierta condición general y crónica. Larkin rechaza totalmente la posibilidad de que el compositor haya padecido esa enfermedad venérea que tan frecuentemente se apunta como causa probable de su sordera, la que, dice Larkin, puede haberse derivado de una condición general.

El compositor Ferdinand Hiller nos dejó el relato siguiente de una visita que hizo a Beethoven en fecha muy cercana la de la muerte del compositor:

“El 13 de marzo Hummel me llevó por segunda vez a ver a Beethoven, y encontramos que su condición había empeorado visiblemente. Estaba postrado en cama y parecía sufrir agudos dolores. De tiempo en tiempo emitía un profundo quejido, aunque hablaba mucho y animadamente. En esa ocasión parecía estar lamentando el no haberse casado nunca. Ya en nuestra primera visita el asunto había sido materia de chistes con Hummel, cuya esposa había conocido Beethoven cuando era una mujer joven y hermosa. “Tú -dijo a Hummel esta vez sonriéndole-, tú eres hombre afortunado, tienes una esposa que te cuida y que te ama, mientras que yo, pobre diablo y exhaló un fuerte suspiro. También rogó a Hummel que trajese a su esposa a visitarlo, pues ella no había querido contemplar en su estado actual al hombre que había conocido en plenitud de sus poderes. Poco antes habían obsequiado a Beethoven un cuadro de la casa en que había nacido Haydn mismo que tenía cerca de su cama y que nos mostró: Me dio un gusto casi infantil -comento- poder ver la cuna de un gran hombre!”

“Poco después de nuestra segunda visita se difundió por toda Viena la noticia de que la Sociedad Filarmónica de Londres había enviado 100 libras esterlinas a Beethoven para mitigar sus sufrimientos. Se añadía que la sorpresa había impresionado tanto al pobre gran hombre que había llegado a sentirse físicamente mejor. Empero, cuando una vez más visitamos su lecho el día 20, ciertamente que sus comentarios mostraron cuánto lo había regocijado dicha atención, más estaba muy débil y hablaba en voz baja, con oraciones truncas. Quizás pronto emprenda mi camino de ascenso’, nos dijo en voz baja después que lo saludamos.”

“Frecuentemente emitió exclamaciones similares, aunque junto con ellas expresaba esperanzas y proyectos que lamentablemente nunca realizaría. Hablando de la noble acción de la Sociedad Filarmónica, y celebrando a los ingleses, dijo que tan pronto como su condición mejorase emprendería el viaje a Londres.Y compondré para ellos una gran obertura y una gran sinfonía. Asimismo, expresó entonces su deseo de visitar a Madame Hummel (ella había venido con nosotros), y de tenerse en el camino; ya no me acuerdo de los lugares donde expresó el deseo de hacerlo, pero sí recuerdo que fueron muchos. Ni siquiera se nos ocurrió escribirle algo porque sus ojos, que la última vez que lo habíamos visto estaban todavía llenos de vida, habían desfallecido, y se le hacía muy difícil mantenerse erguido, ya no era posible seguir engañandonos. Había que esperar lo peor.”

“El aspecto de ese hombre tan extraordinario, cuando el 23 de marzo lo visitamos por última vez, no ofrecía esperanza alguna. Ahí yacía, débil y desgraciado, a veces suspirando levemente. De sus labios no salían palabras, y se veían algunas gotas de sudor en su frente. Al percatarse la Sra. Hummel de que él no tenía pañuelo a mano, en varias ocasiones tomó su propio pañuelo de batista y secó su cara. Nunca olvidaré la mirada agradecida que los ojos quebrantados de Beethoven le enviaron cuando ella hizo eso. Posteriormente, mientras en grata compañía pasábamos el 26 de marzo en la casa del gran amante del arte, Sr. von Liebenberg (quien en otra época había sido alumno de Hummel), entre cinco y seis de la tarde nos sorprendió una fuerte tempestad. Cayó entonces mucha nieve, acompañada de rayos y truenos muy violentos que iluminaron toda la cámara.”

“Pocas horas después llegaron más huéspedes con la noticia de que Ludwig van Beethoven ya no existía, que había fallecido al cuarto para las cinco.”

Fuente: Los grandes maestros de la música clásica. Ediciones Fratelli Fabbri

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