Que los seres humanos estamos hechos de contradicciones es algo que se sabe desde mucho antes de Hegel. El intérprete es un buen ejemplo de ello. Toca para el compositor y al mismo tiempo para el público. Debe tener una visión panorámica de toda la pieza y, al mismo tiempo, hacerla surgir del instante. Sigue un plan y se deja sorprender a un tiempo. Se domina y se olvida de sí mismo. Toca para él y al mismo tiempo para el último rincón de la sala. Impresiona por su presencia y, cuando la suerte le es propicia, se disuelve al mismo tiempo en la música. Es un soberano y un sirviente. Es un convencido y un crítico, un creyente y un escéptico. Cuando sopla el viento adecuado se produce la síntesis en la interpretación.
Según una antigua definición, los retóricos deben enseñar, conmover y entretener. El intérprete es un retórico. Debe dar normas al público sin menospreciarlo; debe conmovernos pero sin ponernos sus sentimientos en bandeja. Y no debe temer ser frío, ligero, cómico e irónico cuando la música lo exige.
Fuente: Alfred Brendel, De la A a la Z de un pianista. Un libro para amantes del piano.
Traducción de Jorge Seca, Barcelona, Acantilado, 2013.
Comentarios