Sonata para piano en la bemol mayor, op. 26 “Marcha fúnebre”
Sviatoslav Richter, piano
La segunda fase compositiva de Beethoven, a menudo conocida como su período heroico, se ejemplifica con claridad con la Tercera sinfonía de 1803-4. Pero, como lo demuestra el movimiento lento de la Sonata op. 26, desde 1800, Beethoven ya pensaba en expresar una especie de heroísmo romántico en su música.
La inspiración inmediata de esta sonata fue probablemente la visita a Viena del virtuoso alemán del piano radicado en Londres Johann Baptist Cramer, cuya interpretación de sus propias obras y las de su maestro, Muzio Clementi, causó un gran revuelo en la ciudad. Beethoven sintió la necesidad de competir con este virtuosismo y escribió una serie de obras que comenzaron a separarse de las sonatas de orientación clásica de la década de 1790, con ello inicia la transición hacia el estilo del segundo período.
Una innovación clara en la op. 26 y en las dos sonatas-fantasía op. 27, fue el intento de expandir los límites formales tradicionales, comenzando en la primera con un conjunto de variaciones en un tempo Andante, aunque los tres movimientos restantes se ajustan al tipo estándar de scherzo, movimiento lento (la “marcha fúnebre”, que sería tocada por un ensamble de metales en el funeral de Beethoven) y rondo-final.
Junto con una serie de obras de este período, incluida la Sonata “Pathétique”, el op. 26 está dedicado al príncipe Karl Lichnowsky, el principal mecenas de Beethoven con quien había estado viviendo casi como un miembro de la familia desde su llegada a Viena en 1792.
Sonata para piano en mi bemol mayor, op. 27, no. 1
Claudio Arrau, piano
Los dos temas más apremiantes en la vida de Beethoven alrededor de 1801 fueron su creciente sordera y su preocupación por “una querida muchacha fascinante que me ama y a quien amo”, escribió el compositor. Ella era la condesa Giulietta Guicciardi, una alumna de 16 años que luego se casó con otro compositor y se mudó a Italia. Los efectos tanto de este rechazo como de su sordera culminaron en el famoso “Testamento Heiligenstadt” de octubre de 1802, una desesperada despedida del mundo. Afortunadamente su espíritu se recuperó lo suficiente en ese mismo mes y Beethoven logró disipar los pensamientos suicidas. Algo de esta “elasticidad en su naturaleza”, como lo refiere su biógrafo Thayer, se refleja en dos de las cuatro sonatas para piano escritas en 1801, el par de sonatas op. 27. Aquí se apartó del patrón establecido de movimientos separados y subtituló cada obra “Sonata quasi una fantasia”. Por lo tanto, la primera, a pesar de estar dividida en cuatro momentos, la obra es un todo continuo, con cambios de velocidad y estado de ánimo dentro de los movimientos y un enfoque más fluido de tonalidades, desarrollo temático y forma.
Sonata para piano en do sostenido menor, op. 27m no. 2 “Claro de la luna”
Wilhelm Kempff, piano
El popular nombre “Claro de luna” de la segunda sonata del op. 27 puede ser un título justo para el primer movimiento, pero el resto de la obra incluye alguna de la más turbulenta música escrita por Beethoven. Mucho se ha dicho que los sentimientos de Beethoven hacia la condesa Guicciardi son la inspiración de la sonata, pero, como ella misma recordó, la sonata no fue dedicada a ella hasta que otra obra destinada originalmente para la condesa fue reasignada a otro benefactor.
Esta pieza nuevamente se designa como “Sonata cuasi una fantasia”. No hay un primer movimiento rápido estándar. En cambio, la sonata se abre con un movimiento lento, el Adagio sostenuto calmado y poético, virtualmente etéreo. Le sigue sin interrupción un corto scherzo en re bemol mayor, con un trío dramático y sincopado, y el Presto agitato concluye la sonata en un estado de ánimo lo más alejado posible del nocturno inicial.
Fuente: Notas al programa del ciclo de sonatas de Beethoven de Artur Pizarro para la BBC Radio 3
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