Toscanini: los grandes directores beethovenianos

Si hubo un director que pudiéramos calificar de “mítico”, ese fue Arturo Toscanini, tanto por su carácter legendario, como por la fascinación que ejercía en sus admiradores.

Por Música en México Última Modificación abril 7, 2021

Si hubo un director que pudiéramos calificar de “mítico”, ese fue Arturo Toscanini, tanto por su carácter legendario, como por la fascinación que ejercía en sus admiradores o la polémica que provocaba entre sus detractores.

El pionero director italiano aportaba:

– Una disciplina férrea, autoritaria (que, según afirmaban algunos de sus músicos, escondía una personalidad humilde y cariñosa detrás de su autoritarismo profesional)

– Una memoria a toda prueba

– Una dirección precisa que le permitía no perder nunca la claridad del fraseo melódico o de la estructura de una obra, a pesar del veloz tempo, una de sus principales características, para gusto de unos y para disgusto de otros, que lo acusaban de sacrificar matices y sutilezas

– La presencia dominante, para quienes lo vieron dirigir y aún ahora, en los videos que perduran

– El carácter colérico, si los músicos expectantes y hasta temerosos no podían cumplir sus exigencias musicales (Se cuenta que un día los músicos de la Orquesta NBC le regalaron un reloj barato con el mensaje “Para los ensayos”, la usual acción de Toscanini de sacarse desesperado su magnífico reloj y aventarlo furiosamente hacia los músicos que provocaban su enojo)

– Y según queda documentado, su obsesión por la fidelidad a la partitura, aunque parecía ser traicionada por el mencionado tempo rápido en casi cada pasaje de una obra, que, por cierto, cambió hacia el final de su vida en algunas de sus interpretaciones de Beethoven y de Wagner.

Toscanini debutó en 1886 y ya para 1895 dirigía la primera representación de El ocaso de los dioses con una compañía de ópera italiana. En Río de Janeiro, durante la gira de una compañía independiente, de la que era violonchelista en la orquesta, cuando al director en turno tuvieron que sacarlo ante los abucheos del público (-sí, en Río como en la Italia de entonces), ante el asombro de todos, Toscanini dirigió de memoria Aída de Verdi.

Si bien fue un director absoluto en el repertorio sinfónico, la ópera era su mundo, era su vida. Recordemos que dirigió el estreno mundial de Payasos de Ruggero Leoncavallo, Nerón de su amigo Arrigo Boito pero, sobre todo, estrenó La bohème, La Fanciulla del West y Turandot de Giacomo Puccini (ya pasó a la historia el estreno de esta última, en el cual Toscanini, cerca del final de la obra, detuvo la interpretación antes del dúo final y exclamó: “Aquí termina la ópera porque hasta aquí había compuesto Puccini cuando murió”; recordemos que la ópera como hoy se representa, fue terminada por Alfano.

Además, fue director principal del Teatro Regio de Turín, del Teatro alla Scala de Milán y de la Metropolitan Opera House de Nueva York, que dirigió entre 1908 y 1915. La presencia de Toscanini es esta última casa de ópera incluye un capítulo polémico pues se le atribuye ser una de las causas de que su entonces director, Gustav Mahler, dejara el puesto de director artístico de la misma. En efecto, Mahler había sido el director a partir de la temporada de 1908 (con, al parecer, extraordinarias pero polémicas interpretaciones de su repertorio más representativo -Tristán e Isolda, Fidelio, La novia vendida) y a final de ese año, para la temporada 1908-1909, Toscanini, entonces con una fama que causaba revuelo en el mundo de la música, fue designado para codirigirla alternadamente con Mahler.

Para entonces el gran compositor y director austriaco había establecido nexos con la Sociedad de la Sinfónica de Nueva York (pronto Filarmónica de Nueva York), que dirigió hasta 1911 cuando, gravemente enfermo, dejó Estados Unidos, en un viaje hacia su muerte en Viena, ese mismo año.

Tocanini quedó él sólo a cargo de la MET. Además, el director italiano fue asiduo participante en el Festival de Salzburgo, y en el mítico “templo wagneriano” de Bayreuth, donde fue el primer director no germano en ser invitado a dirigir en ese legendario teatro.

Además de Puccini, los dos autores entrañables de Toscanini fueron Giuseppe Verdi y Richard Wagner; y al menos dos de sus discos extraordinarios fueron del primero: Falstaff y un Otello de antología (con el tenor chileno Ramón Vinay), transmitido por la NBC en 1947, con la orquesta que había sido creada para Toscanini por esa emisora, y que para algunos es “la mejor grabación de cualquier ópera en la historia del disco”, sin duda un calificativo polémico.

Su discografía de Wagner también fue importante pero, lamentablemente limitada a selecciones instrumentales y algunas escenas vocales de las óperas: de las primeras, Toscanini fue un magistral intérprete -una vez más, cuestión de gustos-, con algunos excesos que limitaban el carácter de algunas de ellas, pero otras, en cambio, resultaron muy personales, como una Muerte de amor de Isolda orquestal, algo italianizada en su bello fraseo y la Muerte de Sigfrido y Marcha Funeral con una tensión emotiva muy personal; en cambio, en sus legendarios registros de fragmentos vocales de las óperas contó con los más famosos y extraordinarios cantantes wagnerianos de la época, como Helen Traubel, Lauritz Melchior o el ya mencionado Ramón Vinay, grabados tanto en festivales como en transmisiones de conciertos, por ejemplo, desde Carnegie Hall. Por supuesto en ambos casos, nos referimos a sus grabaciones de la última época, años 50, en las que su tempo habitual fue algo más reposado, con bellos fraseos musicales no menos intensos.

También contamos con un registro operístico de Ludwig van Beethoven: su muy valorada versión de Fidelio (nuevamente otra de sus mejores grabaciones de ópera), realizada en 1944 con su aún flamante Sinfónica de la NBC y su Coro, con destacados cantantes como Eleanor Steber, Jan Peerce y Herbert Janssen, entre otros.

Entre los numerosos estrenos que realizó Toscanini a lo largo de su vida, destacan dos fundamentales: la primera interpretación en Estados Unidos, en 1942, de la Sinfonía Leningrado de Dmitri Shostakovich (después de sacar de Rusia, clandestinamente y en microfilmes, en circunstancias dignas de un thriller cinematográfico) y el estreno mundial, en 1938, del famosísimo Adagio para cuerdas de Samuel Barber, que ya se había tocado 2 años antes como parte del Cuarteto para cuerdas Op. 11.

Finalmente, ante la conflictiva situación que se vivía en Europa durante la II Guerra Mundial, los últimos años de su vida Toscanini decidió permanecer exiliado en Estados Unidos, donde dirigió, sobre todo, la Orquesta de la NBC, con la que realizó muchos de sus mejores conciertos y discos orquestales hasta 1954.

Se consideraba a Toscanini un gran intérprete de Beethoven y éste fue un autor frecuente en sus conciertos, pero no tan abundante en su discografía, sin que quedara clara la causa. Por lo pronto, es imprescindible mencionar su valioso ciclo integral con la Sinfónica de la NBC, -tal vez siempre esperó tener una orquesta como esa-, grabado en el estudio de la NBC entre 1949 y 1953; no puede eludir Toscanini su usual tempo rápido, a veces veloz, pero algunas sinfonías -la Primera, Segunda, la Octava y partes de la Tercera y la Séptima- parecieran funcionar muy bien. En la Novena participaron destacados solistas como Eileen Farrell y el famoso tenor Jan Peerce, además de la legendaria agrupación coral Robert Shaw Chorale.

En los primeros años de registros sonoros, el joven Toscanini había logrado grabar algunos fragmentos de Beethoven: el Cuarto movimiento de la Sinfonía núm. 1 y el mismo movimiento de la Sinfonía núm. 5; existe también el registro de la Séptima Sinfonía completa con la Filarmónica de Nueva York, de sus años estadunidense. En 1953, terminó su carrera discográfica beethoveniana con un registro en estudio de la Misa Solemne.

Fuerte: Luis Pérez Santoja

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