De la consulta de diversos textos históricos y enciclopédicos surge una descripción invariablemente triste de la muerte de un gran artista. Al estallar la guerra civil española en 1936, el poeta granadino Federico García Lorca se hallaba en proceso de terminar La casa de Bernarda Alba, una de sus obras mayores. Gente cercana, que le quería y le admiraba, lo invitó a refugiarse en México, pero él prefirió permanecer en su tierra. Acogido a la hospitalidad de amigos que querían protegerlo de las hordas de fanáticos, una tarde fue sacado de la casa por un grupo de hombres armados, y asesinado en su ciudad natal el 19 de agosto de 1936. Ese día, España perdió a una de sus grandes voces, y el mundo perdió a un artista que supo, como pocos, transformar con voz propia las más profundas raíces de su pueblo, el pueblo andaluz.

Al margen del luto colectivo y oficial, la muerte de García Lorca dejó una huella íntima, profunda y triste en Silvestre Revueltas, cuya admiración por el poeta era bien conocida. De esa tristeza larga surgió la creación del Homenaje a Federico García Lorca, una de las obras orquestales más importantes de Revueltas. Entre las muchas cosas que se han dicho y escrito sobre Revueltas y García Lorca, y sobre la obra misma, existe un fascinante texto de Juan Marinello, algunos de cuyos fragmentos cito a continuación:

“Sentía Silvestre una profunda admiración por Federico, del que gustaba recordar con frecuencia los versos mejores. Poemas suyos le inspiraron sus Siete canciones, en que se hermanan gozosamente sus trasmundos. Había en ello una razón primordial: uno y otro, el músico y el poeta, eran hijos fieles y privilegiados de sus pueblos y dueños de un don, de un garbo libérrimo hecho de lealtades y sorpresas: los dos ponían el oído en la calle y en el campo y echaban a andar por caminos recónditos los humores sorprendidos. Por otro lado, y sin olvidar las diferencias abismales entre lo andaluz y lo mexicano, misterios de distinta voz, ha de medirse lo que es el cauce del idioma y el estar a todo, ventura y riesgo, que acerca el corrido al romance. Son opuestos en muchos sentidos lo gitano y lo charro pero en uno y otro campo relucen, muerte y vida, el acero y la flor. Por algunas semanas vivió Revueltas en una alucinación meditabunda, inmerso en el ámbito lírico de Federico, al que la muerte absurda ofrecía una profunda luz. Obsedía al músico el hecho monstruoso, y de tanta sustancia inquietante y turbadora, de aquella fuente tan rica de clamores seculares y futuros, cegada por un tajo de ancestral barbarie. ¿Cómo podía haber ocurrido aquello? ¿Cómo podía quebrarse de un solo golpe el vaso milagroso en que esperaban la señal mil criaturas obstinadas y relucientes? Antes de pasar a la orquesta, me adelantó Silvestre momentos de su llanto viril y desolado. Al comienzo dio a su obra un lindo título lorquiano: Llanto por García Lorca. Después, equivocándose, le cambió el nombre..."