Opéra de Lille
El anciano Fausto ha leído todos los libros. Al acercarse su hora final, ni la ciencia ni la fe valen tanto para él como «el tesoro que lo contiene todo»: la juventud. Para recuperarla, venderá su alma a la inquieta encarnación del diablo, Mefistófeles. Pero ¿podrán el amor y el poder divino de Margarita frustrar los planes del diablo?
Pocas óperas han tenido un destino tan envidiable como el Fausto de Gounod. Bien recibida en su estreno, seguida de un éxito internacional, que la convierte en la ópera francesa más representada del mundo, solo por detrás de Carmen. Pero ¿debemos tomar este Fausto al pie de la letra? ¿O deberíamos verlo, en el giro de la fábula, como una celebración de los placeres? Desde la danza demoníaca del Becerro de Oro, dirigida por el mismísimo Satanás, hasta la risa de Margarita ante su propia belleza en el espejo, el público puede disfrutar de todos los excesos, embriagado por la música… sin arriesgarse a la condenación. En la producción de la Ópera de Lille, esta contradicción no escapa al astuto análisis del director Denis Podalydès. Él ve aquí «una ópera fundamentalmente antipuritana en un mundo puritano, que sin embargo abraza su código religioso y finge observarlo. Hay un aspecto dual o engañoso en esta obra: una hipocresía estructural típica del Segundo Imperio francés. Pues Gounod es un verdadero católico plagado de demonios que son aún más demoníacos por ser un ferviente cristiano». Tras examinar a otra gran figura del teatro, Falstaff, Podalydès y su distinguido equipo abordan al héroe trágico de Goethe, utilizando los diálogos hablados de Jules Barbier, que formaban parte de la obra cuando se estrenó en 1859, para sacar a la luz todas sus ambigüedades. Una forma de celebrar la eterna juventud de la ópera de Gounod.
Fuente: Opera Vision
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