LA ÓPERA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVII

Por Francesco Milella “dos instrumentos ocupan la primera parte del teatro, sin ser vistos, a cuya armonía cantaban las figuras los versos, haciendo en la […]

Por Francesco Milella Última Modificación agosto 29, 2016

Por Francesco Milella

“dos instrumentos ocupan la primera parte del teatro, sin ser vistos, a cuya armonía cantaban las figuras los versos, haciendo en la misma composición de la música las admiraciones, las quejas, los amores, las iras y los demás afectos.”

Con esta frase, clara y enigmática al mismo tiempo, Lope de Vega da inicio a la historia de la ópera en España. Estamos en 1627: el Salón Grande del Alcázar de Madrid está listo para recibir la primera representación del drama La selva sin amor del gran dramaturgo español con la música de Filippo Piccinini, hermano de Alessandro, famoso compositor italiano. En ningún documento que ha llegado hasta nosotros aparece la palabra ópera, como de hecho no aparecía en las primeras “óperas” de Monteverdi o de Cavalli. Pero de eso se trataba.

Hemos visto en los meses pasados cómo el mundo italiano fue dando vida y forma a lo que hoy se conoce como ópera. Comenzamos con Monteverdi y su Orfeo, pasamos por Cavalli, Stradella y Cesti para terminar con Scarlatti, uno de los grandes padres de la ópera barroca, así como hoy nosotros la conocemos. Vimos también cómo Francia logró dar vida a su propia ópera en sus diferentes variaciones maravillosamente elaboradas por Lully, Campra, Marais y, finalmente, Rameau. En nuestro viaje europeo no podía obviamente faltar España.

La historiografía musical ignora casi totalmente la vida “operística” ibérica antes de la guerra de sucesión española de 1712, fecha a partir de la cual la corte de Madrid será invadida por la moda italiana: de hecho, no se conocen nombres ni títulos dignos de cierto interés. Claro, no tenemos la genialidad musical de un Monteverdi o de un Cavalli, pero sí la fuerza poética y teatral de un Lope de Vega y de un Calderón de la Barca, dramaturgos capaces, con sus textos y su sensibilidad, de dar vida a nuevos lenguajes inclusive musicales.

El motor es el mismo que movió a los grandes músicos florentinos y romanos a principios de siglo: el interés renacentista por recuperar la tragedia griega en su forma original, donde música y palabra se unen en un equilibrio fascinante. Los resultados fueron obviamente diferentes: estas óperas primordiales estaban divididas en dos actos, cada uno caracterizado por la alternancia de partes cantadas y partes habladas casi siempre sobre textos de Lope de Vega y Calderón de la Barca, elaborados a partir de obras griegas y romanas. Pero en concreto, ¿cómo era la música?

La mejor respuesta la tenemos en la única ópera de esa época que ha llegado hasta nosotros: Celos aún del aire matan, compuesta en 1660 por Juan Hidalgo (1614-1685). El libreto fue escrito por Calderón la Barca para las bodas de María Teresa de Austria, hija del Rey de España Felipe IV, con el Rey Sol, Luis XVI. El tema, alegórico como requería la mejor tradición renacentista, se desarrolla en torno a las pasiones de Céfalo y la ninfa Procris, protagonistas del Libro VII de las Metamorfosis de Ovidio.

La influencia italiana es indudablemente fuerte, sobre todo la de Monteverdi, cuya música había llegado a España pasando por Nápoles, donde a partir de los años cincuenta del siglo XVII sus óperas habían marcado una verdadera moda. Pero aún más fuerte es la influencia de la música española, modelo fundamental para Hidalgo al fin de contentar un público todavía poco acostumbrado a la moda del recitativo italiano. El repertorio al que Hidalgo mira es el de las tonadillas, el de los tonos humanos y de las jácaras, todo ese conjunto de danzas y canciones profanas que desde el siglo XVI animaban la vida de la corte española. Pero sus intenciones no eran las de mirar al pasado, sino las de crear algo nuevo: por primera vez utiliza toda la gran tradición española, filtrada por formas y lenguajes italianos, para dar vida a una nueva expresividad teatral y musical. Nace así la ópera española, que tristemente tendrá vida breve, aplastada por el desbordante éxito de la ópera italiana. Sobrevivirá solo un tipo de ópera, igualmente caracterizada por la alternancia de textos cantados y hablados acompañados por coros y bailes sobre temas tanto pastorales como populares. El lugar predilecto para este tipo de representaciones era uno solo en Madrid, un teatro cuyo nombre muy pronto comenzará a indicar esta nueva forma de ópera española: el Teatro de la Zarzuela.

Celos aún del aire matan (ópera completa)

Francesco Milella
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