Maria João Pires: “Competir, en el arte, se ha convertido en una enfermedad”

Maria João Pires (Lisboa, 1944) no suele mirar atrás. “Ando desconectada del pasado”, asegura.

Maria João Pires
Por Música en México Última Modificación septiembre 10, 2020

Jesús Ruiz Mantilla para El País

Maria João Pires (Lisboa, 1944) no suele mirar atrás. “Ando desconectada del pasado”, asegura. Por eso no piensa reparar mucho en la caja recién editada que reúne su discografía completa con Deutsche Grammophon, su sello. “Sólo espero que no os parezca muy malo…”, afirma. Raro sería, porque supondría echar por tierra la que ha sido una de las trayectorias más brillantes del piano contemporáneo. Los discos, vale, eran algo con lo que durante un tiempo hubo que contar para construir carreras. Ahora se han convertido en una rareza atemporal que, sin embargo, cuando aparecen así, como un compendio, dan idea de la solidez y el legado de algunos escogidos.

Y Maria João Pires lo es. Vino a marcar una época como contrapunto y lo sigue haciendo. Su mera presencia, su empeño, responde a una firme voluntad de imponer delicadeza y buscar espontaneidad en un arte demasiado enjaretado dentro de estructuras, artificios y dinámicas destructivas que la aterran: “Competir, en el arte, se ha convertido en una enfermedad”, dice.

Lo sabe porque lo ha sufrido. Lo lamenta pero no se resigna. Lleva toda una vida combatiéndolo, de hecho. La primera vez que actuó tenía cuatro años. No lo recuerda con precisión y, durante un tiempo, ha tenido que recurrir a la memoria de testigos, como su madre y sus hermanas. “Yo sé que lo pasé mal, que no me gustó, fue una experiencia negativa, pero no llegó a trauma. Ellas me dicen que me notaban muy tensa y a la defensiva”. ¿Cómo lo fue resolviendo? “No lo he resuelto, lo he aceptado”, afirma. Para ello ha tenido que desprenderse de esa parte del ego que de alguna manera convence a alguien de subirse a un escenario para dar. “No es así, lo haces para compartir. Lo conviertes en una comunión con el público, que cumple su parte. Esa responsabilidad conjunta le quita presión, en mi caso”.

Cuando asistes a uno de sus recitales o a sus conciertos sientes esa búsqueda de la sencillez ajena a nada que tenga que ver con ningún sentimiento de superioridad. Es una cuestión práctica, en su caso: “Todo lo que no es útil, sobra”. Cualidad que destaca en compositores como Mozart o Schubert: “Son complejos, pero no complicados”, distingue.

Maria João Pires: “Competir, en el arte, se ha convertido en una enfermedad”

El primero, mucha gente lo cree, posee algo misterioso. Pero es un elemento que Pires sabe identificar y explica: “Para mí, simplemente consiste en que pertenece a la esfera de lo natural en sí. Como la luz, la luna, el sol. Por eso se nos escapa. Sin embargo, Schubert lo que expresa es otro tipo de naturaleza: la humana. El sentimiento de alegría y de pérdida, la necesidad de aceptación. Es distinto”. Beethoven, en cambio, representa para Pires una fusión de ambos. “Busca una conexión entre el universo y el ser humano, la conciencia de ser alguien, el ego frente al todo”.

En cada uno de ellos y antes, desde Bach, Pires indaga en las esencias de una continuidad intrínseca y natural. Viajar con esta intérprete por la historia de la música a través de su legado discográfico es romper fronteras, armar puentes de estilos que se suceden, fluir… Y entrar no mucho en el siglo XX o en los contemporáneos: “Me gustan para escucharlos, tengo un problema con la lectura de sus partituras, no me merece la pena el esfuerzo. Además, ¿por qué iba a meterme yo si otros lo hacen tan bien?”.

“Hemos perdido la esencia del sentimiento creativo, que viene del amor, de ayudar, de disfrutar al estar juntos, de hacer feliz al otro…”

Ella cree que debe centrarse ahora más en otros asuntos: la pedagogía, por ejemplo. Siempre ha dado clases, de hecho montó en su día un centro en Belgais, cerca de la frontera con España, para promover una visión propia, ajena al elitismo: “Beethoven deseaba que su música la escuchara todo el mundo y se ha convertido en algo restringido. A partir de ahora, la sociedad debe reflexionar sobre cómo compartirla en vivo con un número mayor de gente, no cerrados en auditorios, teatros y espacios en los que sólo una minoría tiene derecho a disfrutar de sus estrellas, eso promueve un egocentrismo nada deseable”.

Es algo que ha combatido desde su falansterio musical en Belgais, pero ha sufrido muchos vaivenes. De ideal utópico que perseguía en sus comienzos ha quedado en realidad posible, donde hoy, en plena pandemia, ofrece clases por Internet: “Me gusta hacerlo, desmonta la exclusividad. No sé quién entra a atenderlas y quién no, no existen filtros”. Eso responde de alguna manera al espíritu fundacional de su centro de enseñanza: “Lo creamos para pensar colectivamente, fuera de nuestras respectivas individualidades, en soluciones palpables para el arte, la sostenibilidad, la relación con la naturaleza, la música”. Sobre todo para formar con otros valores en un entorno específico, cercano, rural. Lo construyó centrada en su obsesión contra la deriva competitiva, ajena a la creatividad y tendente a una visión conservadora de la música. “El arte es lo contrario a la competencia. Si compites, no creas”, comenta Pires.

No sabe en qué momento los músicos desembocaron ahí. “Quizás por la influencia de cierta visión estadounidense. Se los empujaba a eso más que a aprender juntos y compartir o hacer amigos”. Todo cambió dramáticamente hace 30 o 40 años, cree la pianista. “A los alumnos se les fue convirtiendo en algo peor que robots, se los forzó a odiarse, no a unirse”. Con el tiempo, nada ha mejorado: “Ahora estamos en el peor momento, hemos perdido la esencia del sentimiento creativo, que viene del amor, de ayudar, de disfrutar al estar juntos, de hacer feliz al otro… No del ego cerrado: así no se da, no existe, hay que abrirlo”.

Quizás esta crisis de la que aún desconocemos las consecuencias lo cambie. Así lo espera. Algo debe enterrar, según ella, esta perversa dinámica: “No se estimula nada más que el hambre de triunfo sin la necesidad de descubrir, sin el alimento que eso supone. Es una actitud que va contra la esencia misma de la música. Creen que fomentan oportunidades y no es así. Tocan como máquinas, se preparan para adecuarse al gusto y las preferencias de los jurados. Si esto es bueno, no entiendo nada, me estoy haciendo vieja”, dice.

A los músicos se les enseña a buscar la seguridad frente al riesgo, comenta la intérprete: “Como si se hicieran una póliza de vida para que nada les ocurra, cuando ser artista consiste en lo contrario: asumir y aceptar todos los riesgos. Y esto es así porque se los entrena para ganar. Ganar no implica correr riesgos, representa justo lo contrario. En el deporte, puede que valga, en el arte, no”.

Y así ocurre en otras facetas de la vida, de ahí que reivindique una educación artística e integral para detenerlo. “Ocurre también con el ser humano frente a la naturaleza y el medio ambiente: muchos destruyen para ganar y les da igual lo que arrasen y sus consecuencias. Si afecta a vidas humanas o a la vida en sí. No quiero ser negativa porque se nos abre una puerta con lo que nos ha acarreado esta pandemia. Las cosas, tal como eran, no funcionaban. Debemos encontrar otras salidas”.

Fuente: Jesús Ruiz Mantilla para El País

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