La fama del compositor italiano Nino Rota (1911-1979) va ligada a las numerosas bandas sonoras que compuso para los directores de cine más importantes de la segunda mitad del siglo XX, de Fellini a Visconti, de Vidor a Coppola, siendo incluso galardonado con un Óscar.
La producción musical “de concierto” de Rota, aún siendo relevante por su cantidad y calidad artística (casi 150 composiciones, número algo superior al de películas cinematográficas de cuya música es autor) permaneció olvidada durante mucho tiempo y al autor se le situó en la incómoda e injusta posición de compositor anticuado y pasado de moda hasta su muerte, acaecida en 1979. Desde entonces han cambiado muchas cosas en la relación entre música y sociedad y, a diferencia de la mayor parte de los compositores comprometidos políticamente de las décadas siguientes a la segunda guerra mundial, la música clásica escrita por el “nada actual” Rota ha seguido siendo interpretada y grabada, señal de un éxito de comunicación con el público que prescinde de cualquier ubicación temporal.
Nino Rota se comportaba como un compositor barroco, escribiendo deprisa, a menudo cambiando de idea y adaptando y reutilizando sin pudor ni barrera algunos, temas o sugestiones de otros o bien suyas, en forma de citas y auto-citas más o menos explícitas. Esta actitud no sorprende a quien conoce la regla compositiva del tiempo de Händel, pero ciertamente resulta insólita para el siglo XX.
Gran parte de las más famosas bandas sonoras de Rota se basaban en “collages” de fragmentos escritos con anterioridad como composiciones de concierto o hasta para ensayos didácticos del Conservatorio de Bari (la ciudad periférica del sur de Italia que eligió para vivir), del que fue director más de treinta años. En varios casos, el éxito de la música escrita para una película propiciaba el arreglo de las piezas “a posteriori” para ser tocadas en conciertos clásicos o para la creación de “ballets”.
Texto: Dinko Fabri, presentación del libro-disco con música de Nino Rota, sello Harmonia Mundi.
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