No es necesario ser músico para deducir que se trata de una obra orquestal basada en una fuente extra-musical (pictórica, histórica o literaria – lo más frecuente).
Descendiente de la obertura de concierto y de obras como la Sinfonía No. 6, “Pastoral” de Beethoven y la Sinfonía “fantástica” de Berlioz, el género se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XIX. En ciertos casos (Till Eulenspiegel, de Richard Strauss), la obra trasmite una acción cuyos detalles, al escucharla, son difíciles de identificar. El poema sinfónico también puede sugerir una trayectoria espacial (En las estepas de Asia Central, de Borodin) o esbozar el retrato psicológico de un personaje (Hamlet, Orfeo, de Liszt, inventor en 1848 del término “poema sinfónico”). En los países que luchan por su independencia, el género participa en la afirmación de la identidad nacional: el ciclo
Mi patria, de Smetana, las partituras de Sibelius inspiradas en poemas épicos y leyendas finlandesas. El poema sinfónico generalmente tiene un solo movimiento de forma libre; coincide excepcionalmente con una forma preestablecida (forma sonata en El aprendiz de brujo, de Dukas; tema y variaciones en Don Quijote, de R.Strauss). Avatares del género: existen numerosas obras que, en nuestra época, se inspiran frecuentemente en fuentes extra-musicales pero la denominación “poema sinfónico” ya no se utiliza, quizás por su connotación posromántica. En 1962, György Ligeti lo usó burlonamente para titular una obra,“Poema sinfónico para 100 metrónomos”.
Hélene Cao, Les mots de la musique, Diapason
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