¿Por qué no se puede aplaudir en un concierto cuando uno quiere y tampoco se pueden comer palomitas?
Cuando se acude hoy a un concierto clásico o a la representación de una ópera, las cosas suceden de modo diferente al siglo XVIII. (Lee la primera parte)
De hecho se constatará que el concierto transcurre de forma civilizada y respetuosa y que toda la atención se concentra en la música. Durante una tarde concierto o una ópera, se acostumbra aplaudir únicamente en determinados lugares. Asimismo, comida o bebida suponen un tabú dentro de un auditorio , a menos que uno se encuentre en la Arena de Verona o en un concierto en el Central Park de Nueva York.
La causa de la proscripción de elementos culinarios y aplausos estentóreos es, por una parte, la distinción existente desde hace aproximadamente doscientos años entre música de entretenimiento y música seria y la aplicación a la música del “prohibido tocar” de las exposiciones de arte plástico.
El sonido y el efecto de sonido no deben atenuarse de ninguna manera y de la sala de concierto debe desterrarse cualquier elemento perturbador con el fin de que la “música espiritualizada” pueda desplegarse plenamente.
Pero, por otra parte, existen también motivos inherentes a la música que hablan en contra de los aplausos en medio de la ejecución.
El fundamento de la música es el silencio y mantener el silencio conscientemente, con el fin de conservar en el oído lo escuchado anteriormente y mantener la tensión expectante de la frase siguiente o incluso, al final de una gran obra, salir en silencio del local de la ejecución, todo ello puede intensificar enormemente la vivencia de un concierto.
Por otro lado, se ve sencillamente como una cortesía para con la música y el músico cuando cierta obra provoca un entusiasmo tal que el aplauso “estalla” por sí mismo. Por lo demás, el público aplaudió tras el segundo movimiento con tanto entusiasmo durante el estreno de la séptima sinfonía de Beethoven en 1813, que este movimiento hubo de interpretarse de nuevo, en el mismo lugar, antes de continuar con el resto de la sinfonía. ¿Le habría realmente alegrado al compositor un público sentado en silencio, como lo conocemos hoy?
Fuente: Annette Kreutziger-Herr y Winfried Bönig, La música clásica: 101 preguntas fundamentals, Madrid, Alianza Editorial, 2010.
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