Rusalka en el MET

Por José Antonio Palafox Érase una vez, hace mucho tiempo, una hermosa ondina que —invisible para los ojos de cualquier ser humano— se aburría enormemente […]

Por Jose Antonio Palafox Última Modificación febrero 20, 2017

Por José Antonio Palafox

Érase una vez, hace mucho tiempo, una hermosa ondina que —invisible para los ojos de cualquier ser humano— se aburría enormemente en las obscuridades de su mundo subacuático. A pesar de que las demás ondinas jugaban y se divertían con Vodnik, el espíritu de las aguas, Rusalka, pues ese era el nombre de nuestra protagonista, no compartía su alegría. Para su desgracia, la joven se había enamorado de un príncipe humano que solía ir a cazar en las cercanías del lago donde las ondinas tenían su morada.

Intrigado por la repentina tristeza de su hija, Vodnik se acercó a ella para indagar qué era lo que atormentaba su alma. Cuando Rusalka le reveló que amaba a un ser humano y que deseaba convertirse en humana para poder estar con él, el sabio espíritu intentó disuadirla y le aconsejó que se olvidara de ese amor porque, si llegase a tener un cuerpo humano, perdería su inmortalidad.

Sin embargo, la pasión que consumía a nuestra ondina era demasiado poderosa, así que ignoró el consejo de su padre y acudió a la temible bruja Ježibaba, quien le ofreció la posibilidad de tener un cuerpo humano a cambio de una sola cosa: su voz. “Además”, le dijo Ježibaba, “Si el príncipe no te ama como tú lo amas a él, ambos quedarán malditos. Él morirá, y tú te verás condenada a vivir repudiada para siempre”. Pero Rusalka deseaba fervientemente hacer realidad el anhelo de su corazón, así que no dudó en aceptar el trato que se le proponía. La bruja le dio a beber una pócima, y la desdichada ninfa se convirtió en una hermosa joven… muda.

Así, cuando el príncipe apareció de nuevo en el bosque cazando un venado, se topó con una bellísima joven de la que quedó prendado inmediatamente. Ella no respondía a ninguna de sus preguntas, pero lo contemplaba con unos ojos tan llenos de amor y dicha que, sin dudarlo ni un instante, el príncipe la llevó consigo a su castillo. Atrás, en el lago, quedaban tres ondinas y un Espíritu de las Aguas sumidos en la tristeza. Por delante, un difícil porvenir para Rusalka, que tendrá que enfrentarse a la desesperación de su amado ante su silencio, al rechazo de una corte que cree que el amor de su señor por una desconocida que no habla es obra de magia negra, y a la llegada de una hermosa princesa extranjera que está dispuesta a todo con tal de llamar la atención del príncipe…

 

La de Rusalka es una presencia antiquísima dentro de la mitología eslava y tiene muchos puntos en común con las sirenas y los espíritus elementales que pueblan los cuentos de hadas europeos desde el siglo XIV, así que no es de extrañar que el compositor checo Antonín Dvořák (1841-1904), gran conocedor del folclore de su país, se sirviera de esta trágica historia para componer su octava ópera, Rusalka, que se estrenó en el Teatro Nacional de la Ópera de Praga en 1901. El libreto fue escrito por el poeta Jaroslav Kvapil (1868-1950), quien tomó prestados elementos de los relatos tradicionales recopilados por Karel Jaromír Erben, de Ondina, novela escrita por el alemán Friedrich de la Motte Fouqué en 1811, y del famosísimo cuento La sirenita, publicado por el danés Hans Christian Andersen en 1837.

 

Ya en El diablo y Catalina (1899), su anterior ópera, Dvořák había mezclado —con una buena acogida del público— los cuentos de hadas y la música folclórica, así que cuando el lbreto de Kvapil cayó en sus manos, el compositor, que a la sazón tenía ya casi 60 años de edad, vio una espléndida oportunidad para consolidarse como la figura operística más prominente de su patria. Aunque ya era reconocido y respetado por sus trabajos orquestales, Dvořák sabía que la ópera nunca había sido su fuerte, así que no dudó en hacer su mejor esfuerzo con Rusalka. El resultado fue una de sus partituras más brillantes y conmovedoras, en la que hace uso de una amplia gama de recursos estilísticos (desde un desarrollo estructural clásico hasta la creación de atmósferas oníricas mediante un cromatismo de corte impresionista, pasando por un uso wagneriano del leitmotiv) para dar vida a los dos mundos claramente divididos en los que se mueven sus personajes: por un lado, el mundo mágico de los seres subacuáticos que, aunque irreal y etéreo, está lleno de vida y pasión; por el otro, el mundo terreno que, aunque real y palpable, está vacío de emociones.

 

Ya en el 2014 el MET nos había ofrecido una fabulosa producción de esta excepcional ópera pocas veces puesta en escena fuera de la República Checa (de hecho, en nuestro país apenas se interpretó por primera vez en el 2011). En esa ocasión, la aplaudida producción corrió a cargo de Otto Schenk y contó con una fabulosa escenografía de Günther Schneier-Siemssen y con las voces de Renée Fleming (Rusalka), Piotr Beczała (el Príncipe), Dolora Zajick (Ježibaba) y John Relyea (Vodnik), así como con Yannick Nézet-Séguin en la batuta.

 

Dos años después volvemos a tener la oportunidad de escuchar esta obra maestra del nacionalismo checo en vivo desde el MET, ahora con una producción totalmente nueva a cargo de la directora teatral y de ópera Mary Zimmermann, escenografía del artista Daniel Ostling y un espléndido reparto formado por la soprano Kristīne Opolais, el tenor Brandon Jovanovich, la mezzosoprano Jamie Barton y el bajo-barítono Eric Owens (Vodnik). Al frente de la orquesta del MET estará el reconocido director británico sir Mark Elder. La cita es el próximo sábado 25 de febrero, en el Auditorio Nacional.

 

Antonín Dvořák: Canción a la luna (Rusalka, Acto I) / Renée Fleming (Rusalka)

Jose Antonio Palafox
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